Aquellos de nosotros que confiamos en Cristo para la salvación tenemos una perspectiva gloriosa. Por el momento, mientras esperamos para ir a estar con Él, “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). En amor infinito Dios nos ha hecho para ser “aceptos en el Amado” (Ef. 1:6) y nos ha declarado “completos en Él” (Col. 2:10).
Nuestra posición ahora es bendecida y exaltada, porque Dios nos ha hecho para “sentarnos juntamente en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6) y nos ha “bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3).
Pero esto es solo el comienzo, porque, refiriéndose a la muerte del cristiano, Fil. 1:23 nos dice que “partir y estar con Cristo… es mucho mejor”; mucho mejor, no sólo que las penas y los problemas de la tierra, sino mucho mejor incluso que los tesoros y las alegrías más queridos de la tierra.
Pero aun esto no es todo, porque llegará el tiempo en que, habiendo sido completada la Iglesia, “el Cuerpo de Cristo”, el Señor vendrá a recibir a todos sus miembros, vivos y muertos, para Sí mismo. Refiriéndose a la resurrección del cuerpo del creyente fallecido, I Cor. 15 declara que “resucitó en incorruptibilidad” (Ver. 42), “resucitó en gloria” (Ver. 43), “resucitó en poder” (Ver. 43), “resucitó en cuerpo espiritual” (Ver. 44), porque “así como trajimos la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial” (Ver. 49). Y en cuanto a aquellos creyentes que estarán vivos en Su venida, dice: “Todos seremos transformados” (Ver. 51).
“Porque… esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, quien cambiará nuestro cuerpo vil, para que sea semejante al cuerpo de su gloria, por la operación con la cual puede aun someter a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20,21).