Igualdad completa – Hechos 10:25-48

Una vez manejé un complejo de apartamentos y contraté a una querida amiga puertorriqueña, María, para llevar mis libros. Estos apartamentos alojaban personas de todas las razas. También contraté a un residente, llamado Kay, para cobrar los alquileres. María iría mensualmente a buscar los registros antes de hacer los libros por mí. En una de esas ocasiones, Kay le explicó a María alguna queja que tenía contra un residente mexicano. Luego, con una actitud condescendiente, le dijo a María: “Sabes, no hay muchos hispanos inteligentes”.

Es una triste realidad que la humanidad siempre haya demostrado desdén por aquellos que no pertenecen a su grupo étnico o condición social. Había un sistema feudal en Europa, una segregación en América, y como vemos en nuestro texto, los judíos se consideraban superiores a los gentiles. Dios había elegido a los judíos para ser su pueblo especial. Incluso la ley del Antiguo Testamento prohibía la interacción cercana con los gentiles, a menos que se convirtieran en fe salvadora para Jehová. Esto requirió segregación. Sin embargo, Israel no tenía la intención de alimentar carnalmente sus egos con una actitud de superioridad. Debido a que el Señor no tiene placer en la muerte de los malvados y no está dispuesto a que ninguno perezca, siempre fue el plan del Padre redimir a cualquiera que lo mirara con fe. Refiriéndose al Mesías, Isaías 49: 6 prometió, “… Yo te pondré como luz para las naciones, a fin de que seas mi salvación hasta el extremo de la tierra”. Refiriéndose a la Segunda Venida, Isaías 42: 6- 7 prometió: “Yo, el Señor, te he llamado en justicia … y como luz para las naciones, a fin de que abras los ojos que están ciegos … y de la prisión a los que moran en las tinieblas”. Isaías 60: 3 continúa:” Entonces las naciones andarán en tu luz”. Dios le estaba explicando a Pedro en Hechos 10 que el Señor ya estaba abriendo la puerta de la salvación para toda la humanidad. Su testimonio fue que “… Dios me ha mostrado que a ningún hombre llame común o inmundo” (vs. 28), “sino que en toda nación le es acepto el que le teme y obra justicia” (vs. 35).

Cada creyente necesita aprender lo que Pedro aprendió en Hechos 10. Es inaceptable que humille a otras personas de diferentes etnias. Ninguno de nosotros es mejor que nadie. Toda la humanidad es pecadora por naturaleza. Cristo dio su vida para redimir a todos los hombres. Por lo tanto, “… nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener…” (Romanos 12: 3).

Pruébalo – Hechos 9:20-22

En los foros ateos, los incrédulos a menudo usan lo que se llama “Tetera de Russell”. 1 Permiten a los cristianos declarar su fe, y básicamente les dicen: “No te creo”. Pruébalo. “La carga de la prueba recae siempre sobre los hombros de quien hace una afirmación específica de que algo es verdadero. Uno puede teorizar, pero una vez que cruza la línea de la teoría para decir las cosas como un hecho, está obligado a probar que lo que dice es verdad.

Uno de los aspectos más emocionantes sobre el registro de la conversión de Saulo de Tarso es el cambio inmediato y revolucionario en él. Pasó de Saúl, el perseguidor de los cristianos, a Pablo, el anunciador de la salvación, únicamente por medio de la fe en el Señor Jesucristo. En esto, él se erige como un ejemplo del tipo de transformación inmediata que debería existir en todos los que invocan el nombre del Señor. Nosotros también debemos convertirnos y ser testigos audaces, declarar la vida eterna exclusivamente a través de la fe en nuestro Salvador. Observe cómo fue testigo de Pablo, él “… se fortalecía aún más y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo” (Hechos 9:22). Para que un judío en este día confíe en Cristo para la vida eterna, tenía que estar convencido de que nuestro Salvador era el Mesías prometido y el Redentor de Israel. Si bien nuestro texto no se toma el tiempo de especificar cómo Pablo demostró esto a sus hermanos judíos, indudablemente les mostró cómo el Señor Jesucristo cumplió muchas Escrituras del Antiguo Testamento. El Señor Jesús fue un hijo de Abraham, de la tribu de Judá (Génesis 22:18, 49:10). Nació en Belén (Miqueas 5: 2) en el tiempo predicho para el Mesías (Daniel 9:25) y luego huyó a Egipto como se predijo en Oseas 11: 1. Los bebés fueron masacrados a raíz de su nacimiento (Jeremías 31:15). Un precursor preparó su venida (Isaías 40: 3), pero Israel rechazó a su Mesías (Salmo 69: 8). Él habló en parábolas (Salmo 78: 2-4) y fue llamado Rey (Zacarías 9: 9). Él llevó las iniquidades de Israel en Su muerte (Isaías 53: 4-12) y fue asesinado, como se predijo mil años antes de que comenzara la cruel práctica de la crucifixión (Salmo 22: 16-18).

Cuando damos testimonio a los demás de que el Señor Jesucristo es el Salvador del mundo, nos corresponde a nosotros demostrar que así es. Estar preparado. Ármate con la Espada del Espíritu marcando tu Biblia con una referencia rápida a estas profecías cumplidas para que tú también puedas “probarlo”.

El temor de mí – Hechos 9:10-20

En 2016, surgió un pánico a nivel mundial por el virus Zika transmitido por los mosquitos. Se informó ampliamente que las mujeres embarazadas que estaban infectadas podían tener bebés con defectos graves de nacimiento. Los datos respaldan un vínculo entre el virus y el síndrome de Guillain-Barre, que da como resultado diversos grados de parálisis temporal. En toda América Latina, cada vez que hay un brote de Zika, también se produce un pico correspondiente en la parálisis temporal.1

A lo largo de la historia, los verdaderos creyentes han experimentado temporadas de parálisis temporal debido al temor de los hombres. Un ejemplo es el de Ananías, a quien el Señor le dijo que fuera a ver al recién convertido Saulo de Tarso. La respuesta de Ananías fue vacilante porque él sabía “… cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén. Aun aquí tiene autoridad de parte de los principales sacerdotes para tomar presos a todos los que invocan tu nombre” (Hechos 9: 13-14). Para que Ananías se moviera, el Señor tuvo que instruirlo nuevamente a ir, y le aseguró que Saúl sería muy usado por el Señor para ministrar a gentiles, reyes y a Israel. Si bien el temor de Ananías por su seguridad física era legítimo, los creyentes a lo largo de la historia han quedado paralizados en el silencio, temiendo solo la desaprobación verbal, social o emocional de hombres y mujeres. Salomón escribió: “El temor al hombre pone trampas …” (Proverbios 29:25). Incluso los grandes santos del pasado, que fueron muy utilizados por el Señor, temían la respuesta negativa de aquellos a quienes fueron enviados a entregar un mensaje del Señor. Ezequiel fue dicho, “porque no eres enviado a un pueblo de habla misteriosa ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel … Pero los de la casa de Israel no te querrán escuchar … He aquí, yo hago tu rostro tan duro como el rostro de ellos… no les temerás, ni te atemorizarás ante ellos, porque son una casa rebelde… Acércate a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales diciendo: ‘Así ha dicho el Señor Dios” (Ezequiel 3: 3-11).

Como el Ezequiel de antaño, nosotros, los creyentes de hoy, solemos quedar paralizados en el silencio, temiendo las reacciones desfavorables de las almas endurecidas. Tememos lo que puedan pensar de nosotros, cuán negativamente puedan responder, y racionalizamos que nuestros esfuerzos serán improductivos. Esta no es la respuesta que el Señor desea de nosotros. Desecha esta parálisis temporal y el miedo al hombre. En oración e intencionalmente lleva el mensaje de salvación de Dios a alguien que necesita escucharlo hoy.

Una cita divina – Hechos 8:26-40

Tenemos una querida amiga cristiana ya mayor que necesita ayuda para trasladarse. Entonces, con cierta frecuencia, la hemos llevado a la iglesia, al aeropuerto, a la tienda y a las citas médicas. Es parte de su personalidad querer ser más que puntual. Ella quiere llegar 30 minutos antes a cualquier cita.

Tenemos muchas citas en la vida más allá de las citas sociales o médicas. Hay “Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado” (Eclesiastés 3: 2). Pero, ¿alguna vez has considerado que Dios también nos da citas divinas para compartir con las almas perdidas el Evangelio de la Gracia de Dios? En nuestro texto, el ángel del Señor le dice a Felipe que deje un ministerio fructífero en Samaria y valla hacia el sur en el desierto. Mientras obedece, Felipe “casualmente” se encuentra con un eunuco etíope que está leyendo el Libro de Isaías. Claramente, este era un hombre espiritual. También parece que él estaba espiritualmente preparado para escuchar el mensaje de salvación del evangelio tal como ocurrió con Lidia, “… cuyo corazón abrió el Señor …” (Hechos 16:14). No estamos sugiriendo que Dios escoge solo a algunos para la salvación y los atrae irresistiblemente. Creemos que Dios “… quiere que todos los hombres sean salvos …” (I Timoteo 2: 4) y que Él “… alumbra [con la convicción del Espíritu Santo] a todo hombre que viene al mundo” (Juan 1: 9). Cada alma tiene el libre albedrío para aceptar o rechazar la salvación. Lo que estamos sugiriendo es que es probable que Dios todavía ponga las almas perdidas, con corazones espiritualmente preparados, directamente en el camino de las personas salvas. Solo los creyentes pueden compartir con ellos el mensaje de vida eterna a través de la fe en el Señor Jesús, y no debemos permanecer inactivos cuando surjan tales oportunidades.

Solo piensa en las eternas consecuencias si Felipe hubiera llegado a la conclusión de que no podía abandonar un ministerio próspero, o si él estaba demasiado cansado cuando Dios lo orientó a ir al desierto. Este etíope puede haber estado eternamente perdido, y Felipe habría perdido la recompensa eterna por compartir el evangelio. Cuando las personas se cruzan en nuestro camino, no hay manera de que podamos saber quién es salvo o perdido, o cuánto está dispuesto a confiar en Cristo. Lo que sí sabemos es que Dios nos ha dado a TODOS el ministerio de la reconciliación. Por lo tanto, debemos estar buscando constantemente oportunidades para compartir el Evangelio de la Gracia.

Insubordinación – Hechos 7:51-54

El 5 de abril de 1951, una carta del general Douglas MacArthur fue leída en voz alta en el piso de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Esta carta criticaba fuertemente la política exterior del presidente Truman, en particular, la política que principalmente enfocaba los recursos militares estadounidenses para ganar primero la guerra en Europa. MacArthur simplemente no aceptaría tal decisión. Él creía que las fuerzas armadas de los Estados Unidos deberían destruir el comunismo primero tomando todo Corea, y luego emitiendo un ultimátum a China, que Truman temía, llevaría a la Tercera Guerra Mundial. Mientras que MacArthur era muy popular en los estados, Truman hizo que MacArthur fuera destituido de su puesto de comandante de las Fuerzas del Pacífico por insubordinación.

Los fariseos y los saduceos no eran líderes militares, pero tenían algunos soldados romanos a su disposición. Mientras ayudaban a los líderes espirituales de Israel, la primera obligación de estos soldados era someterse con respeto a la voluntad de sus superiores romanos. De manera similar, era la obligación de los líderes religiosos de Israel obedecer todo lo que Dios ordenaba en Su Palabra. Sin embargo, después de la resurrección del Salvador, en Hechos 7: 51-54, continuaron actuando con insubordinación hacia su reverenciada Ley mosaica, Jehová, y el Señor Jesucristo. Cuando Esteban presentó una imagen histórica del obstinado descarrío de Israel, que se remonta a sus primeros patriarcas, les dijo: “Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, ustedes siempre resisten al Espíritu Santo Como sus padres, así también ustedes. ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus padres? Y mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo…” (vss. 51-52) Al escuchar este relato indiscutible del pasado pecaminoso de Israel, estos líderes de Israel deberían haber respondido a la verdad con obediencia inmediata, volviéndose al Señor Jesús con fe. En cambio, endurecieron aún más su corazón. Aunque “… se enfurecían en sus corazones y crujían los dientes” (vs.54). Como sus predecesores, “no escucharon ni inclinaron su oído” (Jeremías 7:24). Este pueblo ” ensordece sus oídos y ciega sus ojos…” (Isaías 6:10), “endurecieron su corazón como un diamante para no oír…” (Zacarías 7:12).

Pasajes como estos deberían hacer que cada alma considere qué tan receptivo es para el Señor y Su Palabra. ¿Cuándo el Espíritu Santo convence tu corazón, te sometes en obediencia, o endureces tu corazón y te alejas, como si nada? Permite que Dios te transforme poniendo en práctica algo de la Palabra de Dios cada día.

Un centinela para Israel y el Apóstol de la gracia

“…Te he puesto por atalaya en la casa de Israel; por tanto, oirás la palabra de Mi boca, y los amonestarás de Mi parte” (Ezequiel 33:7).

El profeta Ezequiel fue designado por Dios como “guardián” sobre la casa de Israel. Se le consideró responsable de advertir a los impíos de su camino, porque aunque Dios debe tratar con justicia el pecado, había declarado: “No tengo placer en la muerte del impío; pero que el impío se convierta de su camino, y viva” (Versículo 11).

Si Ezequiel fallaba en advertir a los impíos, morirían en sus pecados, pero su sangre sería requerida de su mano. Sin embargo, si les advirtiera fielmente y ellos rehusaran prestar atención a la advertencia, morirían en sus pecados, pero él sería absuelto de toda responsabilidad (ver versículos 8 y 9).

¿Algún lector cristiano nos recordaría que estamos viviendo bajo otra dispensación y que nuestro mensaje es uno de gracia? Es cierto, pero esto no disminuye, aumenta nuestra responsabilidad hacia los perdidos.

“Porque si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Corintios 14:8).

Si los creyentes descuidadamente permitimos que los perdidos vayan a tumbas sin Cristo, ¿no somos moralmente responsables de su perdición? ¿No seremos responsables en el Tribunal de Cristo? (Ver II Corintios 5:10,11). Por eso encontramos a Pablo recordando a los ancianos de Éfeso que no había cesado de “advertir” a los hombres “día y noche con lágrimas” (Hechos 20:31).

Cuando el apóstol recordó su ministerio entre los efesios, pudo decir: “Hoy os tomo constancia de que soy puro de la sangre de todos los hombres” (versículo 26). Y esto había sido así de su ministerio en general. De hecho, ahora deseaba que, cualquiera que fuera el costo, “acabara con gozo su carrera y el ministerio que había recibido del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (versículo 24).

¡Que Ezequiel y el apóstol Pablo, ese gran guerrero por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, sean memoriales para nosotros, de nuestra gran responsabilidad hacia los perdidos!

El gran poder de Dios

En 1866 Alfred Nobel inventó un explosivo hecho de nitroglicerina absorbida en un material poroso. Era, con diferencia, el explosivo más potente que se había inventado hasta el momento.

Cuando Nobel y sus amigos vieron lo que podía hacer su invento y tuvieron que decidir un nombre, buscaron la palabra más fuerte posible para poder, en cualquier idioma. La palabra que finalmente eligieron fue la palabra griega dunamis, de la cual se deriva nuestra palabra dinamita.

Esta palabra, en griego también la palabra más fuerte para poder, se usa una y otra vez en el Nuevo Testamento y generalmente se traduce simplemente como “poder”.

Cuando nuestro Señor obró milagros, por ejemplo, San Lucas testifica que “el PODER [dunamis] del Señor estaba presente para sanar” (Lucas 5:17). Al prometer a sus apóstoles que ellos también obrarían milagros, dijo: “Seréis investidos de PODER [dunamis] desde lo alto” (Lucas 24:49).

Cuando los saduceos cuestionaron la resurrección, Jesús respondió: “Os equivocáis ignorando las Escrituras y el PODER [dunamis] de Dios” (Mateo 22:29), y San Pablo declara que Cristo fue “declarado el Hijo de Dios con PODER [dunamis]… por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4).

Usando esta misma palabra, Pablo, por inspiración, declara que “el evangelio de Cristo… es PODER DE DIOS PARA SALVACIÓN a todo aquel que cree…” (Rom. 1:16). Esto se debe a que, según este evangelio, o buena noticia, “CRISTO MURIÓ POR NUESTROS PECADOS”, y “LA PREDICACIÓN DE LA CRUZ”, dice, es para los creyentes “PODER DE DIOS” (ICor.1:18).

Pero no sólo los creyentes son salvos por el poder de Dios; son “GUARDADOS POR EL PODER DE DIOS” (I Ped. 1:5). De hecho, el adjetivo de esta misma palabra “dunamis” se usa en Hebreos 7:25, donde leemos que el Señor Jesucristo es “PODER… PARA SALVAR… A LO SUMO [AQUELLOS] QUE VIENEN A DIOS POR ÉL”. Por lo tanto, la Biblia usa la palabra más fuerte para poder para mostrar cuán segura es la salvación de aquellos que confían en Cristo.

De fe en fe

“Estoy buscando cualquier idea que pueda tener sobre el significado de ‘de fe en fe’ en Romanos 1”.

“Porque no me avergüenzo del evangelio de Cristo, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…. Porque en él la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: El justo por la fe vivirá” (Rom. 1:16,17).

La razón por la que Pablo no se avergonzaba del evangelio de salvación es que revela la justicia de Dios. Es decir, el evangelio de “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:1-4) revela cómo Dios no barre injustamente nuestros pecados debajo de la alfombra y nos cuela por la puerta trasera del cielo cuando el diablo no está mirando. Él puede salvarnos con justicia porque Su Hijo murió para pagar por nuestros pecados.

Entonces, cuando creemos en el evangelio de la salvación, Dios salva fielmente “a todo aquel que invocare el nombre del Señor” (Rom. 10:13). Si te preguntas por qué tiene que decir eso, y por qué podría estar tentado a hacer lo contrario, ¡es por el tipo de personas que a veces lo invocan! Usted o yo podríamos tener dudas sobre salvar a hombres como Saulo de Tarso o Jeffrey Dahmer, el caníbal asesino en serie que se dice que creyó en el evangelio antes de morir. Pero Dios salva fielmente a todos los que ponen su fe en Cristo.

Y así es como el evangelio es poder de Dios para salvación “de fe en fe”. La palabra “fe” puede significar fidelidad, como lo hace en Romanos 3:3. Entonces, Romanos 1:17 dice que la salvación fluye de la fidelidad de Dios para salvar a cualquiera que ponga su fe en Cristo, de Su fe a nuestra fe. Así es como el “alma que… no es recta” o justa (Hab. 2:4) de un hombre puede ser justificada (2 Cor. 5:21), y entonces “el justo vivirá” tendrá vida eterna—“por su fe .”

Dios “Santo” — “Santa Biblia”

Cuando decimos que Dios es santo, ¿qué significa eso para ti? Puro, si. Pero la definición de santidad no se agota con la pureza. Cuando los ángeles alrededor del trono de Dios dicen constantemente: “Santo, Santo, Santo” (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8), no solo están diciendo “Pureza, Pureza, Pureza”, sino más que eso. La palabra “santo” significa ser apartado. Cuando las Escrituras declaran que Dios es santo (Sal. 99:9), significa que Él no es como ningún otro. No hay nadie como Él. Él es inigualable e incomparable. Nadie es Su igual. Él es único en sí mismo y en su persona, insuperable en belleza, valor y perfección. Él está apartado para sí mismo. Como se ha dicho, “Dios es siempre lo más grande que existe”.

Cuando la Biblia se refiere a “las Sagradas Escrituras” (2 Timoteo 3:15), “santo” significa casi lo mismo. La Biblia no es como cualquier otra cosa. No hay otro libro como este. No tiene igual. Es incomparable, insuperable en su belleza, valor y perfección. La Biblia se distingue de todos los demás libros. Es la Palabra de Dios.

¿Qué pasa con el lavado de pies?

“¿Qué hay del lavado de pies (Juan 13:1-17)?”

El texto que cita ha llevado a varias denominaciones cristianas a practicar el lavado de pies como rito ceremonial religioso. Sentimos que el Señor simplemente les estaba enseñando a los apóstoles una lección sobre la humildad, una lección que ellos necesitaban con urgencia (Lc. 9:46; 22:24).

En los días bíblicos, los pies que caminaban en sandalias sobre suelo polvoriento necesitaban ser lavados cuando llegaban a su destino (Gén. 19:2; 24:32). Esta humilde tarea a menudo la realizaba un siervo (Gén. 18:4) o aquellos dispuestos a servir como siervos (Lc. 7:38; I Tim. 5:10). Los hombres orgullosos, por supuesto, se negarían a lavar los pies de un hombre (Lc. 7:44), y dado que esto fue tristemente cierto en el caso de los apóstoles, el Señor les lavó los pies como “un ejemplo” (Juan 13:15) de humildad.

Esta palabra ejemplo es importante. La Mona Lisa es un ejemplo de arte renacentista, pero esto no significa que todo el arte renacentista se caracterice por retratos de mujeres. Más bien significa que la Mona Lisa tiene el mismo espíritu de otras obras de esa época. Así el Señor lavó los pies de los apóstoles para ejemplificar cómo debían tratar a los demás con el mismo espíritu de humildad. Mientras que lavar los pies de un hombre ejemplificaba bien este espíritu en los días bíblicos, los caminos pavimentados y los zapatos de cuero han vuelto obsoleto este ejemplo particular de humildad. Hoy, a los invitados se les muestra el mismo espíritu humilde con una bebida, una comida y otros gestos. Sentimos que aquellos que insisten en practicar el ejemplo exacto de humildad que dio el Señor están enfatizando el simbolismo sobre la sustancia. A veces preguntan por qué observamos la Cena del Señor pero no el lavado de pies, pero nunca se dice que lo primero sea un ejemplo de qué hacer. Pablo más bien dice: “Haced esto” (I Corintios 11:24,25).

Finalmente, hay un significado doctrinal en esta ceremonia que la hace exclusiva de Israel. Dios le prometió a Israel que sería un reino de sacerdotes (Ex. 19:6), y los sacerdotes debían lavarse en una ceremonia de bautismo inicial para iniciarlos en el sacerdocio (Ex. 29:4). Posteriormente debían lavarse las manos y los pies como parte de su servicio diario (Ex. 30:19-21). Cuando Juan predicó que el reino estaba “cercano” (Mt. 3:2), se refería al reino en el que Israel sería un reino de sacerdotes, por lo que los bautizó para iniciarlos en el sacerdocio. En Juan 13, se acercaba el tiempo de los doce para ministrar al mundo como sacerdotes, entonces el Señor les lavó los pies para que pudieran ejercer como sacerdotes (cf. Juan 13:6-10).