¿Se te ha ocurrido alguna vez cómo se hizo Timoteo tan famoso cuando era joven?
H. L. Hastings habla de un grupo de arqueólogos británicos que, hace años, se encontraron con una enorme losa de mármol, evidentemente muy antigua, en lo alto de una montaña donde nadie podría encontrarla o retirarla.
Se pidió a expertos que descifraran los jeroglíficos que cubrían el monumento de mármol. Encontraron que eran una declaración de un gobernante antiguo de sus grandes hazañas, y una explicación de que había usado este medio de registrar sus hazañas para asegurarse fama eterna.
¡El problema era que nadie podía encontrar ningún relato histórico de un rey que llevara este nombre o que hubiera logrado las gloriosas hazañas registradas en la losa de mármol! Así, los arqueólogos habían encontrado, grabado en mármol, un auto-homenaje resplandeciente a… ¿a quién? ¡Bien podría haber sido para nadie!
En contraste sorprendente, el joven Timoteo ha sido bien conocido por los cristianos de todo el mundo durante casi dos mil años. Durante todo este tiempo, sin interrupción, se ha leído, escrito, predicado y utilizado como ejemplo de conducta cristiana coherente. Sin embargo, ¿alguna vez has leído una gran obra realizada por Timoteo? ¿Alguna vez has leído un gran sermón de sus labios, un libro brillante o una carta de su pluma, una gran hazaña de cualquier tipo? No, apenas se sabe más que él era un joven predicador, amigo de Pablo, y que su abuela, Loida, y su madre, Eunice, le habían enseñado las Escrituras en su juventud (II Timoteo 1: 5), de modo que ahora Pablo podía escribirle:
“…DESDE NIÑO HAS CONOCIDO LAS SAGRADAS ESCRITURAS, LAS CUALES TE PUEDEN HACER SABIO PARA LA SALVACIÓN, POR LA FE QUE ES EN CRISTO JESÚS” (II Tim. 3:15).