A Pablo se le encomendó la mayor revelación de todos los tiempos. Fue comisionado divinamente para proclamar la gloriosa suficiencia total de la obra redentora de Cristo. Dio a conocer la oferta de salvación de Dios por gracia gratuita a todos los que confían en Cristo, junto con su posición celestial, bendiciones y perspectiva en Cristo.
Para que no se exaltase por la gloria de estas grandes verdades, Dios le dio lo que él llamó “un aguijón en la carne”, una enfermedad física agravante de algún tipo. “Por esto”, dice, “tres veces rogué al Señor que lo quite de mí” (II Cor. 12:8). Pero el Señor sabía mejor que Pablo lo que le convenía:
“Y me dijo. Mi gracia es suficiente para ti; porque mi fuerza se perfecciona en la debilidad” (Ver. 9).
¡Qué razón tenía Dios! Todo cristiano sabe que con la salud rebosante y la “buena fortuna” viene la tendencia a olvidar nuestra necesidad de Él, mientras que la enfermedad nos hace inclinarnos más y orar más, y ahí es donde reside nuestro poder espiritual. Todo creyente debe reconocer esto y decir con Pablo:
“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por eso me complazco en las debilidades… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (Vers. 9,10).
Las enfermedades de la carne son comunes incluso entre los santos más selectos de Dios. Qué satisfacción hay, entonces, en descansar en la Palabra de Dios: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.