Cuando llegué recientemente para recoger a nuestras dos nietas gemelas de dos años y medio, recibí su bienvenida. Me llamaron por mi nombre, me dieron un gran abrazo sin pedirlo y se sentaron en mi regazo. Luego tomaron mi mano y me acompañaron a la puerta. Estas niñas, a quienes dimos vida a través de nuestra hija, me causaron gran regocijo de corazón.
Cuando el apóstol Pablo se dirigió a los santos que él llevó a Cristo en Corinto, les dijo: “… somos su motivo de gloria, así como también ustedes lo serán para nosotros en el día de nuestro Señor Jesús…” (II Corintios 1: 14b). Es asombroso con qué frecuencia las Escrituras instan a los santos a servir al Señor en esta vida para que tengan el gozo de la recompensa en el más allá. El Salvador instó a Israel: “… acumulen para ustedes tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido corrompen, y donde los ladrones no se meten ni roban” (Mateo 6:20). Cuando estos santos judíos tenían solo un andar “tibio” que hacía poco para prepararse para la recompensa eterna, se les daba una reprimenda. El Salvador dijo: “… tú dices: Soy rico; me he enriquecido … y no sabes que tú eres desgraciado, miserable, pobre… te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas…” (Apocalipsis 3: 17-18). Mientras que estos santos judíos tenían una esperanza en el reino terrenal, el principio de servir al Señor con una perspectiva de recompensa eterna es el mismo para nosotros hoy en el Cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo le dijo a Timoteo que “A los ricos de la edad presente … que no sean altivos ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas sino en Dios quien nos provee todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos…” (I Timoteo 6:17 -19). Todos los creyentes necesitan servir a Cristo para que tengan su recompensa reservada en la eternidad. A esto se refería Pablo cuando les dijo a los corintios que serían su regocijo en el Día de Cristo. Del mismo modo, le dijo a los Tesalonicenses: “¿Cuál es nuestra esperanza, gozo o corona de orgullo delante del Señor Jesucristo en su venida? ¿Acaso no lo son ustedes?”(I Tesalonicenses 2:19)? Estos santos que Pablo condujo a Cristo representaban la certeza de la recompensa eterna y el regocijo futuro para él.
¿Te regocijarás por la rica recompensa en el cielo porque serviste al Salvador y guiaste a otros a la salvación? Las riquezas en la eternidad son mucho más importantes que las riquezas en la tierra. Vamos a trabajar hoy para el Señor.