“La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Lamentablemente, este importante pasaje de las Escrituras es poco comprendido. Mucha gente piensa en la fe en abstracto, como si tuviera algún poder misterioso en sí misma. Hablan de fe, pero ¿qué quieren decir? ¿Fe en qué? o en quien? Seguramente no es posible simplemente tener fe, sin algo o alguien en quien tener fe.
La fe no es desear mucho ni sentirse confiado. No es optimismo ni presunción ni imaginación. La fe debe tener una base, un fundamento. Así, la fe del cristiano se fundamenta en “la Palabra de Dios”, es decir, en lo que Dios ha dicho en la Biblia.
El pasaje anterior explica: “La fe viene por el oír”. ¿No es así de sencillo? ¿No es verdad? Algunos han dicho que “ver para creer”, pero un momento de reflexión revelará que, al igual que la frase: “Soy de Missouri”, este dicho es una expresión de incredulidad. Cuando hemos visto algo ya no necesitamos creerlo; nos ha sido demostrado. Pero cuando escuchamos [o leemos] un asunto reportado, podemos creerlo o dudarlo. “La fe viene por el oír”. Y del mismo modo el oír se transmite por lo dicho. Creemos o dudamos de lo que escuchamos y escuchamos lo que se ha dicho. La fe del cristiano, entonces, viene por el oír (Dios) y el oír por la Palabra de Dios. Toda verdadera fe cristiana está fundada en la Palabra de Dios.
En realidad, la palabra “oír”, en Rom. 10:17, sin embargo, tiene la idea de prestar atención: prestar atención, escuchar con atención. Por eso Gal. 3:5 habla del “oír con fe”. Y así Ef. 1:13, refiriéndose a Cristo, dice: “En quien también vosotros confiasteis, habiendo oído la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación”. Así también leemos en Juan 5:24 las palabras del Señor Jesús:
“EL QUE OYE MI PALABRA, Y CREE EN EL QUE ME ENVIÓ, TIENE VIDA ETERNA, Y NO LLEGARÁ A CONDENACIÓN, SINO QUE PASA DE MUERTE A VIDA”.