Los fariseos, moralistas, habían traído a Jesús una mujer caída y, “cuando la pusieron en medio”, comenzaron a acusarla, diciendo: “Ahora bien, Moisés en la ley nos mandó que tales personas fueran apedreadas; pero ¿qué dices tú?” (Juan 8:5).
Estaban usando a esta mujer caída para avergonzar al Señor haciéndole aceptar que esta mujer fuera apedreada, o dejándolo expuesto a un cargo de repudiar la Ley de Moisés.
Al principio hizo “como si no los oyera”, pero, cuando continuaron pidiendo, ¡obtuvieron lo que pidieron! Respondiendo simplemente: “El que de vosotros esté sin pecado, que sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, el Señor se volvió nuevamente para dejar que esa frase hiciera su obra. La habían “puesto en medio”. Ahora los había puesto en medio y, “condenados por su propia conciencia”, “salieron uno por uno” (Ver.9).
Y allí estaba la mujer sola delante de Él: una gran pecadora y un gran Salvador. Como ninguno de los fariseos se había atrevido a arrojarle una piedra, el Señor dijo: “Ni yo te condeno; ve, y no peques más” (Ver.11).
Así, el Señor perdonó bondadosamente a la mujer pecadora, pero sin ignorar las exigencias de la Ley. No había negado que la mujer mereciera un castigo. Sólo había señalado que los propios fariseos eran pecadores; que ellos, como ella, necesitaban un Salvador.
¡Gracias a Dios! Dado que “Cristo murió por nuestros pecados”, Dios puede perdonarnos con justicia, y lo hará, SI reconocemos nuestro pecado y nuestra necesidad de un Salvador, y no nos unimos a los farisaicos que siguen “estableciendo su propia justicia”. ” (Romanos 10:3).
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los PECADORES…” (I Tim.1:15). Dios es muy misericordioso con aquellos que reconocen su pecado y su necesidad: “Porque el mismo Señor de todas las cosas es RICO PARA TODOS LOS QUE LO INVOCAN”.
“PORQUE TODO EL QUE INVOQUE EL NOMBRE DEL SEÑOR, SERÁ SALVO” (Romanos 10:12,13).