Cuanto más envejecemos, más se desgasta nuestro cuerpo y se llena de dolores y molestias. Nos recuerda nuestro hogar celestial y nos ayuda a prepararnos para el momento en que entremos a la eternidad. En el otoño de 2013, un querido santo de nuestra congregación tenía problemas de salud cada vez más graves. Un día se puso de pie y nos dijo a todos: “Disfruten de sus dolores y molestias ahora porque un día pronto estaremos con el Salvador en el cielo. Allí se nos darán nuevos cuerpos celestes. No tendremos dolor, ni tristeza, ni muerte. Nos espera un futuro glorioso. Regocíjense en esto”.
La expectativa anterior da en el blanco. Cuando el apóstol Juan explicó el estado físico eterno, escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se manifiesta lo que seremos; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él; porque lo veremos tal como él es” (I Juan 3:2). Los relatos de los Evangelios sobre nuestro Salvador resucitado lo describen con un cuerpo similar en apariencia a su estado anterior. Seguramente esperaríamos que, como Dios mismo, el Salvador ya no experimentara ningún dolor. Apocalipsis 21:4 confirma esto cuando se refiere al estado eterno de los santos del reino. Juan escribió: “Y Dios enjugará toda lágrima… ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni tristeza, ni habrá más dolor; porque las primeras cosas ya pasaron”. El apóstol Pablo explica que habrá grandes diferencias en nuestro nuevo cuerpo eterno. Será un cuerpo “celestial” (I Cor. 15:38-40), lo que significa que Dios lo preparará para prosperar en la atmósfera de los cielos. En contraste con nuestros cuerpos físicos que son débiles, degenerados y eventualmente corruptos, nuestros nuevos cuerpos serán “resucitados en incorrupción… gloria… poder… [y como] un cuerpo espiritual” (I Cor. 15:42-44). Pablo continúa su explicación diciendo: “…la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios…he aquí os muestro un misterio…todos seremos transformados” (I Cor. 15:50-51). Para resumir nuestro cambio, dice: “… así como hemos nacido la imagen del terrenal, así llevaremos la imagen del celestial” (I Cor. 15:49).
Siempre que te agobie el dolor físico, recuerda, un día nuestro Señor nos va a dar cuerpos nuevos sin debilidad ni dolor. Créelo, regocíjate en ello y espéralo con acción de gracias. Continúe esperando Su regreso con expectación y fidelidad hasta que Él venga.