“O su tío… o cualquier pariente cercano a él de su familia puede redimirlo, o, si puede, puede redimirse a sí mismo” (Lev. 25:49).
Bajo la ley del Antiguo Testamento, alguien que había fracasado en los negocios podía venderse a sí mismo, o ser vendido, como esclavo, y su amo pagaba sus deudas en lugar del salario. El esclavo podía ser redimido, sin embargo, por su tío o cualquier pariente cercano que pudiera permitirse pagar sus deudas, o, dice nuestro pasaje: “si puede, puede redimirse a sí mismo”.
¡“Si él puede”! Cualificación significativa, ¡pues qué esclavo en bancarrota fue capaz de redimirse a sí mismo!
De esta manera Dios nos enseñaría una lección importante acerca de la salvación del pecado. Todos nosotros hemos fracasado en los negocios, por así decirlo. Hemos acumulado una enorme deuda de pecado contra Dios y nuestros semejantes, y nos hemos arruinado moral y espiritualmente.
Tenemos muchos que son “parientes cercanos” a nosotros, pero no pueden redimirnos porque ellos mismos son pecadores arruinados. Hay Uno, sin embargo, que tiene una reserva infinita de justicia con la cual pagar nuestra deuda y redimirnos. De hecho, Él pagó la pena por todos nuestros pecados cuando Él, el Santo, murió en vergüenza y desgracia como pecador en la cruz del Calvario.
Él, el Señor Jesucristo, es nuestro bendito Pariente Redentor, porque así como los hijos de Adán “participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo” (Heb. 2:14) para redimir a judíos y gentiles; “hecho [por] un poco [momento] menor que los ángeles para el padecimiento de la muerte… a fin de que, por la gracia de Dios, gustase la muerte por todos” (Hebreos 2:9).
Hay muchos, por desgracia, que no se enfrentarán a su condición. De alguna manera piensan que todavía pueden redimirse. A ellos Dios les dice: “¡Hacedlo, si podéis!”. Al joven rico que preguntó: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, el Señor le dijo: “Tú conoces la ley… haz esto, y vivirás”.
Pero, ¿quién de nosotros ha guardado perfectamente la ley de Dios? ¿Quién de nosotros no es un transgresor recurrente de la ley a los ojos de Dios? ¿Quién es capaz de redimirse a sí mismo? Entonces, ¿por qué no volverse del yo a Cristo, nuestro rico Pariente Redentor, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).