“En quien también vosotros confiásteis, después que oísteis la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación; en quien también, después que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).
La mayoría de los comentarios cuidadosos de la Biblia aclaran que las palabras “después de eso”, en el pasaje anterior, en realidad tienen un resultado inmediato a la vista. Al oír (o prestar atención) creímos, y al creer fuimos sellados con el Espíritu.
Lo que quizás sea aún más importante de notar, es el hecho de que al creer en “el evangelio de… la salvación”, somos “sellados con” el “Espíritu Santo”, no “por” el Espíritu. Hay una diferencia entre los dos, que se puede ilustrar simplemente.
Aquí hay un ama de casa, digamos, que está “poniendo” mermelada o conservas y sellando cada frasco con cera. Ahora, las tinajas están siendo selladas por la mujer, pero ella las está sellando con cera. Así, el Espíritu Santo no sólo hace que los creyentes sean sellados y asegurados. Más bien, Él mismo es el Sello que nos mantiene eternamente seguros como hijos amados de Dios. Somos sellados, no “por el Espíritu”, sino “con el Espíritu”, ¡el Espíritu mismo es el Sello!
Es realmente maravilloso saber que ante el tribunal de Dios, el más simple de los creyentes en Cristo ha sido plenamente justificado (Hechos 13:38,39). Pero esto es una acción judicial, una cuestión de derecho y de justicia. Además de esto, el Espíritu, que primero convenció al pecador, ahora le da vida, vida eterna. Por eso Rom. 8:2 nos dice que “la ley del Espíritu, [la] de vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. ¡Gracias a Dios por el Espíritu, que convence, regenera y sella a todo creyente en Cristo!