Mi esposa y yo hemos sido bendecidos con cinco nietos. Al mayor, Connor, que tiene casi cinco años, recientemente le dijeron que pronto llegarían sus primas gemelas a casa. Tan pronto como escuchó eso, se emocionó y fue a esperar en la puerta. Después de más de media hora de espera, todavía estaba allí. Cuando el auto se detuvo y Alexis y Sophie salieron, Connor abrió la puerta y corrió, gritando de alegría, para saludarlas. El sentimiento también fue mutuo, porque ambas chicas corrieron hacia él y se abrazaron con gran alegría. Entonces caminaron todos tomados de la mano de regreso a casa para jugar armoniosamente juntos, al menos por un tiempo, si sabes a qué me refiero.
Ver esta experiencia me hizo pensar en un principio que se repite una y otra vez en las Escrituras. El Salmo 5:11 nos dice: “Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre”. La mayoría de los creyentes disfrutan de en familia, de la provisión diaria, las cosas materiales, incluso su salvación. ¿Pero nos regocijamos con exuberancia y con tanta emoción para alguna vez gritar de alegría? De nuevo, en Salmos 32:11 se nos dice: “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón”. Oh, si todos nosotros amáramos al Señor y estuviésemos tan entusiasmados con Él que, con nuestros corazones alegres, gritamos sus alabanzas. Para que no descartemos tal práctica como algo cultural destinado solo a Israel, consideremos las instrucciones del apóstol Pablo al Cuerpo de Cristo. En Filipenses 4: 4, nos dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. Nota aquí que la instrucción también es regocijarse en Dios mismo. Sí, podemos regocijarnos en Sus bendiciones, provisiones y promesas, pero claramente el Señor quiere que nos regocijemos o encontremos gozo en Él. Así como un padre o abuelo se emociona de corazón cuando su pequeño muestra gran alegría al verlo y estar con él, Dios mismo nos instruye a amarlo lo suficiente como emocionarnos y alegrarnos por nuestra relación con él. Tal respuesta de nuestra parte es deseada por el Señor, no solo cuando las cosas van bien o cuando estamos en un lugar de adoración, sino todo el tiempo. ¿Qué tal comenzar a partir de hoy? Medita en su amor, misericordia, paciencia y gracia, y luego ensálzalo. Ahora, a propósito de esto, “regocíjate en el Señor”.