Poder para vencer

by Pastor Cornelius R. Stam

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Todo verdadero cristiano sabe por experiencia que el Espíritu Santo, al salvarnos, no toma posesión de nosotros y de ahí en adelante nos hace sobrenaturalmente vivir una vida que agrade a Dios. Más bien, como ocurre con la salvación, así ocurre con la vida cristiana, Él opera en el creyente “por gracia mediante la fe”.

La gracia proporciona gratuitamente una poderosa ayuda para vencer el pecado, pero esta ayuda debe ser apropiada por la fe en cada caso individual. No existe ninguna provisión general para una victoria continua a lo largo de toda nuestra vida. Debemos acudir a Él con fe en busca de la ayuda que necesitamos en cada batalla por separado.

Por lo tanto, la enseñanza de las Escrituras con respecto a la victoria sobre el pecado no es que al creyente no le sea posible pecar, sino más bien que en cualquier caso dado le es posible no pecar. Así también, la pregunta en tiempos de tentación generalmente es si realmente deseamos vencer, porque la liberación es proporcionada gratuitamente por la gracia si nos apropiamos de ella por la fe.

Pero, ¿cómo se proporciona la liberación? La respuesta es: POR EL ESPÍRITU SANTO. El creyente ya no necesita permanecer esclavizado al pecado; porque el Espíritu Santo interior, que para empezar impartió vida espiritual, también impartirá fuerza para vencer la tentación. Cuando somos probados e incapaces incluso de orar como deberíamos, “el Espíritu también nos ayuda en nuestra debilidad” e “intercede por nosotros” (Rom. 8:26). Cuando estamos débiles y enfermos, podemos ser “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16). De hecho, el Espíritu incluso fortalece físicamente al pueblo de Dios para vencer el pecado, porque leemos:

“Pero si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará [fortalecerá] también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11) .

Y el siguiente verso continúa diciendo:

“Por tanto, hermanos, no somos deudores a la carne, para vivir según la carne” (Rom.8:12)

La idea es que, dado que los creyentes tienen el Espíritu Santo para ayudarlos a vencer el pecado, son deudores, y no a la carne, sino a Dios, para vivir agradándole.


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