En un lenguaje fuerte, el Apóstol pide a Timoteo que “mande a algunos que no enseñen otra doctrina”; ninguna otra doctrina, obviamente, que la que él les había enseñado. En 1 Tim. 6:3-5, cierra su epístola diciendo:
“Si alguno enseña lo contrario, y no consiente en palabras sanas, aun las palabras de nuestro Señor Jesucristo… de tal aléjate”.
En estos pasajes el Apóstol subraya la importancia de la fidelidad a ese mensaje enviado por el cielo y encomendado a él por revelación; ese mensaje que dice en Tit. 1:2,3 fue “prometido antes del comienzo de los siglos” pero dado a conocer “a su debido tiempo… mediante la predicación que me ha sido encomendada…”
Desde los días de Pablo, los líderes religiosos han sustituido otros mensajes por el que el Señor glorificado le encomendó a Pablo. La ley de Moisés, el Sermón del Monte, la “gran comisión” y Pentecostés se han confundido con el mensaje y el programa de Dios para la dispensación de la gracia. Esto es lo que ha desconcertado y dividido a la Iglesia y la ha madurado para la apostasía.
Con todo el pensamiento confuso acerca de los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte hace cincuenta años, no era de extrañar que el modernismo arrasara a tantos con sus enseñanzas sobre Jesús de Nazaret, el Hombre de Galilea, siguiendo sus pasos, mejoramiento social, reforma política, etc. Multitudes estaban tan absortas en el evangelio social, tan ansiosas de ayudar a hacer del mundo un mejor lugar para vivir, que ni siquiera notaron o creyeron que los modernistas negaban los fundamentos mismos de la fe cristiana.
Pero el nuevo evangelicalismo de nuestros días es aún más peligroso. Es grande. Está bien financiado. es popular es sutil Quizás su mayor peligro radica en el hecho de que mientras se dice “conservador”, minimiza la importancia de los fundamentos y el peligro de apostatar de ellos.
Por lo tanto, las palabras inspiradas del apóstol Pablo: “Manda a algunos que no enseñen otra doctrina”, se necesitan con más urgencia en nuestros días que en los suyos.