Me dirigía a una audiencia asiria sobre la resurrección de la hija de doce años de Jairo por el Señor Jesucristo, y usaba la narración para ilustrar cómo Dios, a través de Su Palabra, da vida de resurrección a aquellos que están “muertos en delitos y pecados”.
Tuve como mi intérprete al incomparable Bedour Hanush Afraim Kassab, pero había un punto en la narración donde mi audiencia no necesitaba intérprete. Lo explicaré.
Sucede que el arameo, hablado por nuestro Señor en la tierra, es casi idéntico al asirio y hay una pequeña frase en la historia donde nuestra versión en inglés presenta las mismas palabras que nuestro Señor habló a la hija de Jairo: “Talitha cumi” o ” Niña, levántate.”
Ahora bien, sucedió también que en nuestra audiencia había una niña asiria que, como la hija de Jairo, tenía doce años. Mientras le contaba la angustia de Jairo por su hija moribunda y su angustia por la noticia de su muerte, la niña asiria no podía entender nada; tuvo que esperar hasta que mis palabras fueran interpretadas al asirio. Pero cuando llegué a las palabras “Talitha cumi”, no necesitó intérprete. Saltando de su silla se quedó mirándome con ojos ansiosos y brillantes, como si dijera: “¿Qué quieres de mí? ¿Qué puedo hacer ahora?”
Al igual que la hija de Jairo, nuestra pequeña había escuchado y entendido esas tres palabras y las había aplicado a sí misma. Así es con aquellos que han recibido “vida en Cristo”. “Muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), prestaron poca atención a la Palabra de Dios (I Corintios 2:14), pero un día, por el poder habilitador del Espíritu Santo, prestaron atención y creer algún pasaje simple del evangelio, como “Cristo murió por nuestros pecados” (I Cor. 15:3) y, aplicándolo a ellos mismos, fueron “resucitados para andar en vida nueva” (Rom. 6:4).
Nada nos complacería más que si algún lector aplicara así el evangelio de la gracia de Dios a sí mismo y recibiera la vida eterna.
“Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31).