San Pedro declara que para obtener la vida eterna es necesario nacer de nuevo, ya que por naturaleza nacimos para morir.
“Siendo nacidos de nuevo, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre. Porque toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca y su flor cae. Pero la palabra del Señor permanece para siempre, y ésta es la palabra que os es anunciada en el evangelio” (I Pedro 1:23-25).
Nuestro Señor enfatizó este mismo hecho al fariseo Nicodemo. “Lo que es nacido de la carne”, dijo, “carne es… No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7).
Nicodemo era devotamente religioso e incluso reconoció a Cristo como “un maestro venido de Dios” (Juan 3:2). Pero él no fue salvo. Él no había “nacido del Espíritu” y “lo que nace de la carne es carne”, aunque es “carne religiosa”. Por lo tanto debe morir. Nicodemo, como muchas personas sinceramente religiosas hoy en día, necesitaba nacer de nuevo: del Espíritu, por la fe en la Palabra, de la cual el Espíritu es el Autor.
Algunos suponen que Pablo no enseñó el nuevo nacimiento, pero están equivocados. Lo enseñó consistentemente, y en ninguna parte más claramente que en Tito 3:5, donde escribió por inspiración divina:
“No por obras de justicia que nosotros hayamos hecho, sino según su misericordia, nos salvó por el lavamiento de la regeneración [renacimiento] y la renovación del Espíritu Santo”.