“Me alegro de la venida de Estéfanas y Fortunato y Acaico: porque lo que os faltaba ellos han suplido” (I Cor. 16:17).
Triste, ¿verdad?, que la iglesia de Corinto, indudablemente la más grande de todas las iglesias fundadas por Pablo, había sido tan poco generosa e insensible, incluso a las necesidades personales de Pablo, que tuvo que trabajar en la fabricación de tiendas para ministrar entre ellos. Ni siquiera proveyeron para las escasas necesidades del Apóstol. Así, tristemente, escribe:
“Y cuando estuve presente con vosotros, y tuve necesidad, no fui imputable a nadie; porque lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia; y en todo me he guardado de ser una carga para vosotros, y así me guardaré a mí mismo” (II Cor. 11:9).
No fue diferente en lo que se refería a la obra del Señor en general, porque mientras que las iglesias de Macedonia, debido a “gran prueba de aflicción” y “profunda pobreza”, se habían entregado “a su poder” y habían deseado dar “más allá su poder”, el Apóstol tuvo que exhortar a los creyentes de Corinto a “cumplir” sus promesas de ayudar a “los pobres santos de Jerusalén” y a “probar la sinceridad de [su] amor” (II Cor. 8:8,11).
Aquellos que suponen que los hombres de Dios deben recordar a los creyentes que vivan una vida piadosa, que trabajen para Cristo y que den testimonio de Él, pero que por alguna razón no deben recordarles su responsabilidad de contribuir con sus medios, deben leer las cartas de Pablo a los creyentes en Corinto y vean cuánto tiene que decir el Apóstol sobre este asunto.
Parece que otros siempre llevaban por ellos las responsabilidades económicas de los corintios, de modo que tuvo que escribir desde Filipos con un toque de reproche, que se alegraba de la venida de Estéfanas, Fortunato y Acaico, ya que: “lo que faltaba de vuestra parte ellos han suplido” (I Cor. 16:17).
En muchos sentidos, la Iglesia de hoy es como la iglesia de Corinto en los días de Pablo. Sin duda, esto es así en lo que respecta a la administración financiera. Una vez más, son invariablemente los pocos fieles los que suplen “lo que falta” de parte de la mayoría. Estos pocos serán ricamente recompensados, pero es nuestro deseo, como lo fue el de Pablo, que un mayor número de los muchos se una a los pocos, tanto para aligerar la carga de los pocos como para ayudar a llegar a los millones de almas perdidas y desconcertadas que tanto necesitan una presentación clara del “evangelio de la gracia de Dios”.