Al encargar a Timoteo que “predique la Palabra”, el Apóstol no quiere decir, como algunos han supuesto, que el pastor deba extraer el material de su sermón por igual de todas las partes de la Biblia. Es cierto que “toda la Escritura” se da para que el “hombre de Dios” esté plenamente equipado para su ministerio. Pero en esta misma carta el apóstol Pablo indica que las Escrituras deben ser “bien usada (trazada)” (II Tim. 2:15) y que su propio mensaje dado por Dios es la Palabra de Dios en particular para la presente dispensación de gracia (Ver II Timoteo 1:7-14; 2:7-9). Así, el Apóstol declara por inspiración que los creyentes son confirmados por “mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio” (Rom. 16:25).
¡Cuántas veces insiste el Apóstol en que su mensaje es la Palabra de Dios! A los creyentes tesalonicenses les escribe con alegría:
“Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, porque cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, no la recibisteis como palabra de hombres, sino como es en verdad, la Palabra de Dios…” ( 1 Tes. 2:13).
Así escribe el Apóstol a Timoteo, en esta su última carta:
“Retén la forma de las sanas palabras que de mí has oído…” (II Tim. 1:13).
“Y lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles…” (2:2).
“Acordaos de que Jesucristo, del linaje de David, resucitó de entre los muertos según mi evangelio” (2:8).
Por lo tanto, el encargo de “predicar la Palabra” se refiere a “toda la Escritura” en general, pero al mensaje de Pablo dado por Dios en particular. Esto es obvio, porque al instar a Timoteo a continuar fielmente en su lugar, el Apóstol le encarga “predicar la Palabra”.