En 1 Cor. 1:22 se nos dice que “los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría”. Esta es sin duda la razón por la que Dios escogió a Pablo, con su profunda formación intelectual y perspicacia, para proclamar a “Cristo crucificado”, la “sabiduría de Dios” así como el “poder de Dios” (I Cor. 1:23,24).
Pablo era un lógico dotado además de teólogo, y en ninguna parte es esto más evidente que en su epístola a los Romanos, donde, por inspiración divina, presenta la lógica del plan de salvación de Dios. Una y otra vez, a lo largo de la epístola, usa esa palabra tan prominente en las matemáticas y en la lógica: “por lo tanto”.
“Por tanto, eres inexcusable…” (Rom. 2:1).
“Así que por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de Él” (3:20).
“Pero ahora se manifiesta la justicia de Dios sin la ley…. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley” (3:21,28).
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos acceso…” (5:1,2).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (8:1).
“Así que, hermanos, somos deudores…” (8:12).
“Os ruego, pues… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (Rom. 12:1).
Es una ley inexorable e inmutable que el pecado resulta en muerte. Pero el Señor Jesucristo, “que no cometió pecado”, tomó nuestro lugar y “murió por nuestros pecados”. Por lo tanto, también es una ley inmutable que “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. “La ley del Espíritu” es “vida en Cristo”. En el momento en que uno confía en Cristo como Salvador, el Espíritu le da vida, la vida de Cristo, que es eterna, de hecho, vida eterna (Rom. 8:2; I Juan 5:12).