Muchas personas suponen que la salvación es la recompensa de Dios para aquellos que hacen todo lo posible por vivir una buena vida. Esto no es así, porque la Palabra de Dios dice de los que son salvos:
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (II Timoteo 1:9).
Refiriéndose a esta “salvación que es en Cristo Jesús”, Pablo dice:
“Palabra fiel es, porque si morimos con Él, también viviremos con Él ” (II Timoteo 2:10,11).
En otras palabras: el creyente, viendo correctamente el Calvario, ha “muerto con Cristo”. Mirando la Cruz, ha dicho: “Esta no es la muerte de Cristo. Él no era pecador. No tenía muerte para morir. ¡Él está muriendo mi muerte!” Y así por la fe es “crucificado con Cristo” (Gálatas 2:20). La pena por todos sus pecados ha sido totalmente pagada, porque murió en Cristo, y así también resucitó con Cristo “para andar en vida nueva” (Rom 6:3,4).
Todo esto es obra de Dios, y solo ahora el creyente está en condiciones de hacer buenas obras que agradarán a Dios. Así escribe el Apóstol de los creyentes, en II Tim. 2: “Si sufrimos, también reinaremos con Él; si le negamos, Él también nos negará” (Ver. 12). Cuando se revisa el servicio del creyente a Cristo, algunos, de hecho, “recibirán una recompensa”, pero otros “sufrirán pérdida”, aunque ellos mismos serán “salvos, aunque así como por fuego” (I Cor. 3:14, 15). ).
Será profundamente vergonzoso, en ese día, para los cristianos infieles enfrentarse con las manos vacías a Aquel que lo dio todo, Él mismo, para salvarlos. Sin embargo, la salvación es por gracia, así el Apóstol se apresura a concluir su declaración en II Timoteo 2, con las palabras:
“Si somos infieles, él permanece fiel; no puede negarse a sí mismo” (Ver. 13)
Así, nuestras recompensas como creyentes dependen de nuestra fidelidad, pero nuestra salvación, ¡gracias a Dios, depende de la Suya!