Cuando era joven, mis padres me contaron historias sobre Santa Claus, el Conejo de Pascua y el Hada de los Dientes. Les creí porque ellos eran mis figuras de autoridad que creía que siempre actuarían con total honestidad e integridad. Recuerdo vívidamente que me sentía devastado cuando supe que me habían mentido y, por las razones que fueran, traicionaron mi confianza. Esta experiencia llevó a mi esposa y a mí a no repetir el mismo error. Después de todo, queríamos que nuestros hijos creyeran lo que les enseñamos acerca de la salvación a través del Señor Jesucristo, la confiabilidad de la Biblia y todo lo demás que les dijimos.
Mientras el apóstol Pablo estaba a bordo de un barco que se dirigía a Roma como prisionero, se estaba preparando el invierno. Pablo recomendó que permanecieran en Creta hasta la primavera, pero el capitán y el centurión no le prestaron atención. Cuando una tormenta violenta y persistente amenazó la vida de todos a bordo, un ángel se le apareció a Pablo asegurándole que todos a bordo se salvarían. De hecho, aparecería ante César en Roma. Con fe infantil, Pablo creyó todo lo que este mensajero de Dios le había dicho. Luego anunció este evento a todos los que iban a bordo, diciendo: “Por tanto, señores, tengan buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho” (Hechos 27:25). El Señor siempre honra a aquellos que eligen creerle. En este caso, la influencia de Paul les mejoró: los pasajeros comieron como él sugirió, se quedaron en el barco cuando les aconsejó que lo hicieran, y el centurión tomó medidas para proteger a Pablo cuando el barco se desintegró. También hay ejemplos de notas del Antiguo Testamento. Cuando a Abraham se le prometió un hijo y un gran número de descendientes, “… él creyó al Señor, y le fue contado por justicia” (Génesis 15: 6). “Daniel fue sacado del foso, y sin lesión se halló en él porque había confiado en su Dios” (Daniel 6:23). Cuando Jonás predijo que Nínive sería violentamente derrocado, “… los hombres de Nínive creyeron a Dios, proclamaron ayuno…” (Jonás 3: 5). Se volvieron al Señor con fe, y Jehová contuvo su caída.
Los creyentes de hoy también deben creer en Dios. Necesitamos creer que Dios hará todo para nuestro bien (Romanos 8:28), que, en vez de pecar, siempre podemos encontrar una manera de escapar de esto (I Corintios 10:13), y que siempre somos aceptados por Dios en Cristo (Efesios 1: 6). ¡Lo que sea que Dios diga, elige creerlo!