Nada resultará tan útil para un cristiano para vencer el pecado como una apreciación de la muerte de Cristo por el pecado en el Calvario. La Biblia enseña que:
1. La cruz se interpone entre el creyente y sus PECADOS: las cosas malas que hace, o es propenso a hacer, en pensamiento, palabra y obra.
“Y a vosotros, que en otro tiempo erais enemigos y enemigos en vuestro entendimiento por las malas obras, ahora os ha reconciliado en el cuerpo de su carne, por medio de la muerte, para presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él” (Col. 1: 21,22).
2. La cruz se interpone entre el creyente y su PECADO. No son solo los pecados de los hombres los que los mantienen fuera del cielo, sino su pecado; no simplemente lo que han hecho, sino lo que son y lo que harán; no sólo sus obras, sino su naturaleza. Pero la muerte de Cristo también se encargó de esto.
“…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte… Pero… mucho más la gracia de Dios, y el don por la gracia, que es por un hombre, Jesucristo, abundó para muchos… Que como el pecado reinó hasta muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 5:12, 15, 21).
“Porque [Dios] al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros; para que fuésemos hechos justicia de Dios en él” (II Cor. 5:21).
3. La cruz se interpone entre el creyente y su PECADO.
“¿Qué diremos entonces? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? Dios no lo quiera. ¿Cómo viviremos más en él los que estamos muertos al pecado? … Nuestro viejo hombre [la naturaleza] ha sido crucificado con Él… para que en adelante no sirvamos al pecado… no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedecáis en sus concupiscencias; ni deis vuestros miembros al pecado por instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios por instrumentos de justicia” (Romanos 6:1, 2, 6, 12, 13).