Cuando era niño, una forma popular de insultar a un compañero de clase era decir: “Cuando Dios estaba repartiendo cerebros, ese niño pensó que había dicho ‘dolores’ y se escondió detrás de la puerta”. Seamos realistas, ¡a ninguno de nosotros le gusta sufrir dolores, aflicciones o tribulaciones! Debido a esto, el pueblo de Dios a menudo se puede encontrar de rodillas detrás de la puerta, pidiéndole a Dios que los proteja de estas cosas desagradables, o que las elimine una vez que se conviertan en parte de sus vidas.
¡Y sin embargo, el abrumador testimonio de las Escrituras es que las aflicciones son buenas para nosotros! Considere solo este pequeño puñado de versículos que describen el valor espiritual de las aflicciones:
“Y estando en la angustia, oró a Jehová su Dios, y se humilló grandemente delante del Dios de sus padres” (II Crónicas 33:12).
“Antes de ser afligido andaba descarriado; pero ahora he guardado Tu Palabra… Bueno es para mí ser afligido; para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:67,71).
Cuando el pueblo de Dios no está afligido, tiende a olvidarlo. Hablando del pueblo de Israel, Dios dijo:
“…cuando los hube alimentado hasta saciarse, cometieron adulterio” (Jeremías 5:7).
“Según su pasto, así se saciaron; fueron saciados, y su corazón se enalteció; por eso se han olvidado de mí” (Oseas 13:6).
Hablando de Dios y Jesurún (Israel), Moisés dijo:
“Él le hizo… comer del fruto de los campos… chupar miel de la peña, y aceite del duro pedernal; Mantequilla de vacas y leche de ovejas, con grasa de corderos… Pero Jesurún engordó y coceó… luego dejó al Dios que lo había creado, y menospreció la Roca de su salvación” (Deut. 32:13-15).
Cuando Dios nos habla en ausencia de aflicciones, tendemos a no escuchar:
“Te hablé en tu prosperidad; mas tú dijiste: No oiré” (Jeremías 22:21).
¡Hay algo acerca de las aflicciones que nos acercan más a Dios! Con razón Pablo dijo, “nos gloriamos en las tribulaciones” (Romanos 5:3), “sabiendo que la tribulación produce paciencia; y paciencia, experiencia; y la experiencia, la esperanza” (v. 4). Una vez que aprendemos que la gracia de Dios es suficiente para todas nuestras necesidades, podemos decir con Pablo:
“Por eso me complazco en las debilidades, en los vituperios, en las necesidades… por amor de Cristo: porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor. 12:9,10).