Los creyentes en Cristo han sido hechos “libres del pecado” por la gracia (Romanos 6:14, 18) en el sentido de que no necesitan, de hecho, no deben ceder al pecado cuando surge la tentación (Romanos 6:12,13) . Los creyentes también han sido hechos “libres de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2) porque Cristo, en gracia, llevó la pena de muerte por ellos.
Pero ningún creyente está libre de lo que Pablo llama “la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:23), es decir, la vieja naturaleza adámica, con su inherente tendencia a hacer el mal. Tampoco está libre del conflicto con la nueva naturaleza que esto implica. Si el cristiano quiere ser verdaderamente espiritual y tratar de manera bíblica con el pecado que mora en él, debe reconocer claramente su presencia; debe afrontar el hecho de que aunque, gracias a Dios, ya no está “en pecado”, el pecado todavía está en él.
Pero este conflicto no debe desanimarnos, porque es uno de los verdaderos signos de salvación. Es desconocido para el incrédulo, pues sólo la presencia adicional de la nueva naturaleza, junto con la antigua, provoca este conflicto, pues la Biblia dice acerca de estas dos naturalezas: “estas son contrarias la una a la otra” (Gál.5: 17).
Pero no sólo es este conflicto dentro del creyente una señal segura de salvación; también crea dentro de él un sentido profundo y necesario de nuestra imperfección interior y de la gracia infinita de un Dios santo al salvarnos y ministrarnos diariamente para ayudarnos a vencer el pecado. Y esto a su vez nos da un enfoque más comprensivo al proclamar a los perdidos “el evangelio de la gracia de Dios”.
Las epístolas de Pablo muestran claramente que no hay nada que nos ayude tanto a vencer el pecado y vivir agradando a Dios como una comprensión y una apreciación de lo que Él ha hecho por nosotros en Cristo. Mientras estamos ocupados con estas “cosas del Espíritu”, nos encontramos “andando en el Espíritu”, y Gálatas 5:16 dice: “ANDAD EN EL ESPÍRITU, Y NO CUMPLIÉIS CON LOS DESEOS DE LA CARNE”. Cuánto mejor tener nuestras vidas transformadas por la ocupación con Cristo (II Corintios 3:18) y nuestra posición y bendiciones en los lugares celestiales con Él (Col. 3:1-3), que asumir la tarea desesperada de tratar de mejorar la “vieja naturaleza”; siempre comprometido en la introspección; siempre ocupado con la carne!