“En cuanto a mí y mi casa, serviremos al Señor” (Josué 24:15).
No hay lugar en todo este mundo tan saludable y refrescante como un hogar cristiano, un hogar donde Cristo es verdaderamente amado y honrado.
Este escritor se crió en un hogar así. Éramos diez: papá, mamá y ocho hijos. Sucedían muchas cosas todo el tiempo, pero era un hogar verdaderamente feliz, porque papá y mamá nunca nos permitieron ocuparnos tanto de las cosas temporales como para dejar de lado los valores eternos.
Partiendo de la base de que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4), leíamos una pequeña porción de la Biblia antes de cada comida y teníamos devocionales familiares antes de acostarnos por la noche.
Resultado: los ocho niños han bendecido a sus queridos papá y mamá quienes los guiaron correctamente, moral y espiritualmente, y lo mejor de todo, les enseñaron la importancia de confiar en el Salvador que murió por todos nuestros pecados. Más: cinco de los hijos y muchos de los nietos se han entregado al servicio cristiano de tiempo completo y se han convertido en pastores, decanos de universidades, escritores cristianos y misioneros en varias partes del mundo.
Esto no se debe a que seamos mejores que los demás, sino a que hemos experimentado la ayuda y la gracia de Dios en nuestras vidas. Y todo comenzó cuando, un día, un joven estadounidense, como Josué en la antigüedad, tomó una decisión y declaró:
“Yo y mi casa, serviremos al Señor”.