El 2 de marzo de 2012, cuando un fuerte tornado rugió en Henryville, Indiana, Stephanie Decker bajó corriendo al sótano de su casa con sus dos hijos. Ella rápidamente los ató en un saco de dormir, y luego los cubrió para protegerlos con su cuerpo. Segundos después, la casa estalló a su alrededor. Una viga de acero se estrelló sobre las piernas de Stephanie, aplastándolas. Al día siguiente, tuvieron que amputarle ambas piernas. Stephanie dijo que era un “pequeño precio a pagar” porque “… mis hijos me necesitaban, así que tuve que decidir qué hacer”.1
El amor puede motivar a las personas a lograr cosas extraordinarias. El mejor ejemplo de todos es el amor que Dios el Padre y Dios el Hijo tuvieron por un mundo de pecadores culpables. Efesios 2:1 nos describe a todos nosotros en nuestro estado natural como espiritualmente “…muertos en sus delitos y pecados”. En nosotros mismos, no existe nada amable. Pablo lo describió de esta manera: “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). Por naturaleza, todos caminábamos “conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire (Satanás) … y por naturaleza éramos hijos de ira” (Efesios 2:2-3). Todos gravitamos naturalmente hacia una conducta diseñada por el diablo para endurecer nuestros corazones. Al igual que el tornado que amenazaba a la familia de Stephanie Decker, las nubes inminentes del juicio eterno y la ira justa de Dios se ciernen sobre nosotros. Nuestra única esperanza es el Señor Jesucristo, y él sabía qué hacer. Él cargó con nuestro castigo en el Calvario para que pudiéramos tener vida eterna por medio de la fe solo en Él. Al leer estos versículos y mirarnos en el espejo de la Palabra de Dios, vemos que fue en verdad el “gran amor” de Dios (Efesios 2:4) el que nos salvó de la destrucción eterna. “Porque, aun siendo nosotros débiles …” (Romanos 5:6) y “… cuando éramos enemigos …” del Señor (Romanos 5:10), “…Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (5:8). Nos conmueve el amor y el afecto de los demás. El Señor quiere que nosotros también seamos conmovidos por Su gran amor; y Él quiere que lo amemos a cambio. Si realmente amas al Señor, díselo hoy, y luego demuestra tu amor caminando fielmente con Él todos los días.