Cuántos problemas bíblicos se resolverían, cuántas aparentes contradicciones se explicarían, si tuviéramos más cuidado en notar el elemento tiempo, tan fuertemente enfatizado en la Palabra de Dios.
En Romanos 5:12 aprendemos que el pecado entró en la raza humana por medio de Adán. Luego “entró la ley” (Ver. 20). Pero aún más tarde se levantó el apóstol Pablo para decir: “Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios se manifiesta” (Rom. 3:21).
Al principio de la historia del hombre se requerían sacrificios de sangre para ser aceptado ante Dios (ver Gén. 4:4; Heb. 11:4), más tarde la circuncisión y la Ley (Gén. 17:14; Éx. 19:5), y aún más tarde, arrepentimiento y bautismo en agua (Marcos 1:4; Hechos 2:38). Pero no es hasta Pablo que aprendemos acerca de la salvación por gracia mediante la fe únicamente, sobre la base de la obra de redención consumada y todo suficiente de Cristo.
Por eso el Apóstol se refiere en Gal. 3:23 a “la fe que después sería revelada”. Por eso declara que nuestro Señor “se dio a sí mismo en rescate por todos, para ser testificado a su debido tiempo”, y agrega: “para lo cual soy constituido predicador y apóstol” (I Tim. 2:6,7).
Sólo cuando reconocemos el elemento de tiempo en las Escrituras vemos la diferencia entre “el reino de los cielos” y “el Cuerpo de Cristo”, entre “el evangelio del reino” y “el evangelio de la gracia de Dios”. entre la dispensación de la ley y “la dispensación de la gracia de Dios”.
Una comparación de Romanos 3:21 y 26 muestra cómo este elemento del tiempo se enfatiza en las Escrituras. Después de discutir la función de la Ley en los versículos 19 y 20, el apóstol Pablo declara: “Pero ahora la justicia de Dios sin la ley se manifiesta…” Luego, en el Ver. 26 afirma que es el propósito de Dios: “Declarar, digo, en este tiempo su justicia [la de Cristo]; para que Él [Dios] sea justo y Justificador del que cree en Jesús”.