Hace unos 1900 años San Pablo escribió a Timoteo, con respecto a las Sagradas Escrituras:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (II Timoteo 3:16).
Esta verdad ha sido confirmada por evidencia abrumadora, y aquellos que han intentado, a través de los siglos, derribar la Biblia, han tenido tanto éxito como un hombre que intenta derribar el Peñón de Gibraltar con un tirador de guisantes.
Además, la Palabra de Dios se eleva tanto sobre el clero como sobre los laicos. Los bereanos fueron llamados “nobles” porque pusieron las palabras del gran Apóstol Pablo a prueba en las Escrituras, para ver si enseñaba algo contrario a ellas.
Ese bendito Libro es el Supremo Crítico. Si pasamos por alto la doctrina vital, es el Libro el que nos “enseñará”. Si manejamos la Palabra con engaño, es el Libro el que nos “reprenderá”. Si nos descarriamos en nuestras conclusiones, es el Libro el que nos “corregirá”. Cuando se trata de cuestiones morales, es el Libro el que “nos instruirá en la justicia”. Bien recordamos cuando la Biblia nos convenció por primera vez como la Palabra escrita de Dios, y nunca hemos dejado de agradecer a Dios por los benditos resultados.
Este Libro condena a los hombres como pecadores ante un Dios santo, pero presenta la salvación gratuita y completa a través de la muerte vicaria de Cristo en el Calvario.
“Cristo murió por nuestros pecados” (I Cor. 15:3).
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).