“Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos.” (II Cor. 12:15).
El verdadero hombre de Dios servirá fielmente a la congregación que el Señor le ha confiado sin pensar en recompensa. Al igual que Pablo, “con gusto gastará y será gastado” por ellos incluso si su esfuerzo y sacrificio no son apreciados. Cuando la congregación es demasiado pequeña para sostenerlo plenamente, él se dedicará alegremente a suficiente trabajo secular para suplir la deficiencia. Así debe ser, porque al ministrar a su pueblo está sirviendo a Dios.
Pero hay otra cara de esta moneda, porque las asambleas cristianas deberían apreciar los ministerios de sus pastores en su favor. Esto es especialmente cierto cuando el ministro se entrega sin reservas a su rebaño.
Es un hecho triste que demasiados pastores estén tremendamente mal pagados. La mayoría de los miembros de la congregación no estarían dispuestos a vivir en el bajo nivel económico en el que mantienen a su pastor y su familia viviendo durante años. Debe estar dispuesto a sacrificarse, pero no se les debe privar de ninguno de los lujos a los que están acostumbrados. No se dan cuenta de lo desalentador que puede ser para el pastor y su familia tener que prescindir constantemente, mientras que los miembros más acomodados de la congregación apenas lo notan.
Por eso el apóstol Pablo reprendió a los corintios y declara: “Así también ordenó el Señor que los que predican el evangelio vivan del evangelio” (I Cor. 9:14). Y por eso también escribió a los filipenses, de gran corazón:
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Pero bien habéis hecho al comunicar mi aflicción… No es que desee dádivas, sino que deseo fruto que abunde para vuestra cuenta” (Fil. 4:13-17).
En lo que respecta a los verdaderos pastores que creen en la Biblia, no seamos corintios; seamos filipenses.