Mientras nuestros hijos crecían, por la provisión misericordiosa de Dios, nuestra familia tenía un pequeño negocio de limpieza para complementar nuestras necesidades financieras. Siempre llevábamos a los niños aunque lo único que pudieran hacer fuera recoger las papeleras. Un día, las chicas estaban menos entusiasmadas con su participación. Entonces, sin pensarlo mucho, les dije: “Si trabajan duro con buena actitud, cuando se gradúen de la escuela secundaria, mamá y yo les compraremos un auto”. Solo lo prometí una vez, pero nunca lo olvidaron, ni me dejaron olvidar, ni me permitieron no cumplir mi promesa.
Nuestro Padre Celestial tiene una promesa fantástica para cada creyente comprado con sangre. Refiriéndose al momento en que nos graduamos de esta vida a la eternidad, 1 Corintios 3:8 dice: “…cada uno recibirá su recompensa según su trabajo”. Con absoluta certeza, estamos seguros de que el Señor nos recompensará generosamente por el servicio realizado para el Señor Jesucristo después de la salvación. Reafirmando esta confianza, el Apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 15:58: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.”
Mientras meditamos en esta alentadora promesa, también debemos comprender una verdad clave relacionada. Cualquier recompensa será proporcional a nuestro esfuerzo en el servicio. Como se indicó anteriormente, a cada uno se le dará una recompensa “…según su propio trabajo” (1 Corintios 3:8). Si elegimos hacer poco o nada por el Señor después de la salvación, esto se reflejará en una pequeña recompensa recibida. 2 Corintios 9:6 lo expresa de esta manera: “…el que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.” Así como un anuario de la escuela secundaria refleja la participación de uno en la escuela, o la falta de ella, nuestros registros en la eternidad se corresponderán con nuestro servicio y recompensa. Por eso es importante que nos ocupemos ahora con actividades que serán importantes una vez que lleguemos a la eternidad. Podemos servir a Cristo invitando o transportando personas a la iglesia, presentando el evangelio, repartiendo tratados del evangelio, sirviendo en el cuido de niños de la iglesia, enseñando las Escrituras, ayudando en los ministerios juveniles, dando fielmente, dando seguimiento a los visitantes, entablando amistad con los recién llegados a la iglesia , y mucho más. El límite para servir a Cristo es solo nuestra imaginación y nuestra voluntad.
No estés entre los necios que solo se sirven a sí mismos en esta vida. Elija hacer algo hoy para promover la causa de Cristo. Recuerde, habrá un día de pago algún día.