Desearía no haber dicho eso – Proverbios 21:23

by Pastor John Fredericksen

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Un domingo por la mañana, un anciano entró al cuarto de baño justo antes del inicio del servicio. Una vez allí, cayó al piso de baldosas y se golpeó tan fuerte que hizo un gran ruido. Obviamente le dolió, se sintió frustrado y avergonzado. Su respuesta inmediata fue pronunciar algo que estoy seguro deseó no haber dicho. El resultado de este “lapsus linguae” causó aún más vergüenza, y quienes lo escuchamos sentimos vergüenza por él.

De una forma u otra, todos podemos sufrir de los males de la lengua. Santiago 3: 5-8: lo describe de esta manera: “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas … Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad … contamina todo el cuerpo … La lengua … es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. Incluso David, el hombre conforme al corazón de Dios, luchó por controlar su lengua. Pero él no racionalizó, excusó ni ignoró los pecados de su lengua. En cambio, su forma de pensar se registró en el Salmo 17: 3b: “… He resuelto que mi boca no haga transgresión”.

Las Escrituras nos dan amplias razones para guardar nuestro discurso. Salomón aconsejó: “El que guarda su boca y su lengua su alma guarda de angustias” (Proverbios 21:23). I Pedro 3:10 declara, “… El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño”. Por lo tanto, deberíamos motivarnos por la auto preservación para mantener controlada nuestra lengua. Pero también hay importantes razones espirituales. Santiago nos dice que es una cuestión de testimonio: “Si alguno de vosotros parece ser religioso, y no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión de este hombre es vana” (Santiago 1:26). Santiago dice que hay vacío en el testimonio cuando lo que hacemos no coincide con lo que decimos. No importa cuán duro sea el trasfondo del que salimos, o por cuántos años las palabras obscenas han sido un hábito de vida. Cuando conocemos a Cristo, Él forja nuestro corazón para cooperar con Él limpiando el contenido de nuestro discurso. Con esto en mente, el apóstol Pablo escribe: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación …” (Efesios 4:29).

Hoy, tomemos este asunto con seriedad. Como David, procuremos no pecar con nuestra boca y oremos como él lo hizo: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios”. (Salmo 141: 3).