Según las epístolas inspiradas de San Pablo, la raza humana se divide en cuatro categorías:
El hombre natural, es decir, el hijo caído de Adán, tal como es, sin Dios. De él dice el Apóstol: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (ICor.2,14).
El bebé en Cristo. Cuando una persona se ve a sí misma como pecadora y confía en Cristo como su Salvador, “nace de nuevo” y se convierte en un “bebé en Cristo”. Pero los bebés pueden y deben crecer, por eso se les exhorta: “Desead como niños recién nacidos la leche pura de la Palabra, para que por ella crezcáis” (IP Pedro 2:2).
El cristiano carnal es aquel que, aunque tal vez cristiano por años, no ha crecido, debido a la indiferencia y el descuido de la Palabra de Dios. Todavía tiene que ser tratado como un bebé en Cristo. Los creyentes de Corinto fueron ejemplos de esto. Pablo tuvo que escribirles: “Yo… no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Yo os he alimentado con leche, y no con carne; porque hasta ahora no habíais podido soportar [digerir], ni ahora podéis” (ICor.3:1,2). Todo el mundo ama a un bebé, pero la alegría que llena los corazones de los padres amorosos se convierte en la más amarga tristeza si su bebé no crece.
El cristiano espiritual es aquel que, a través del estudio devoto de la Palabra de Dios, ha alcanzado la madurez espiritual. Ya no es simplemente un hijo de Dios; es un “hombre de Dios”. Todos debemos “desear la leche sincera [pura] de la Palabra, para que por ella crezcáis” (IPe. 2:2) — “PARA QUE YA NO SEAMOS NIÑOS, LLEVADOS DE TODO VIENTO DE DOCTRINA ” (Efesios 4:14). Prestemos atención, pues, a la inspirada exhortación de San Pedro: “SINO CRECED EN LA GRACIA Y EL CONOCIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR JESUCRISTO” (IIPedro 3,18).