En los diversos relatos del ministerio terrenal de nuestro Señor, encontramos tres ocasiones en las que se negó a responder a quienes le apelaron o le cuestionaron.
Primero está la mujer gentil de Mat. 15:21-28. Su hija estaba poseída por un demonio y en su problema apeló al Señor para que la ayudara, “pero Él no le respondió ni una palabra”. Finalmente, en Su gracia, Él la ayudó, pero no hasta que le hubo enseñado la lección de que, como gentil, ella no tenía ningún derecho sobre Él. Como nos dice Romanos 1:28, los gentiles habían sido “entregados” porque “no quisieron retener a Dios en su conocimiento”. A este respecto los gentiles debemos leer con atención Ef. 2:11,12 y ved cuán completamente sin esperanza estamos apartados de la gracia de Dios.
Luego estaba una judía, en problemas de otro tipo. Ella había sido sorprendida en adulterio y fue traída ante Él para juicio (Juan 8:1-11). A diferencia de la mujer gentil, ella pertenecía a la raza escogida y poseía la santa Ley de Dios, una clara ventaja, a menos que seas un transgresor de la ley. Nuestro Señor, en gracia, también la ayudó, pero no antes de haber demostrado que la Ley es el gran nivelador de la humanidad, trayendo a todos culpables ante Dios (Rom. 3:19).
Pero finalmente encontramos cómo fue que nuestro Señor pudo mostrar gracia, y hacerlo con justicia, a los pecadores, tanto judíos como gentiles, porque en el tercer caso encontramos al Señor mismo en problemas. Al ser juzgado por su vida ante los representantes de la ley hebrea y romana, se le acusa de toda clase de crímenes perversos. Pero también en esta ocasión se niega a responder.
Primero Caifás, el Sumo Sacerdote, le preguntó: “¿Nada respondes? ¿Qué es lo que estos testifican contra ti? Pero Jesús calló…” (Mat. 26:62,63).
A continuación, Pilato, el juez de los gentiles, dijo: “¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravilló mucho” (Mat. 27:12-14).
¿Por qué nuestro Señor declinó responder y defenderse? Porque Él había venido al mundo especialmente para morir por los pecados del hombre. Si los pecadores de todos los tiempos hubieran estado allí para acusarlo de sus pecados, todavía se habría quedado sin palabras, porque estaba allí como representante del hombre, para que nosotros, los pecadores, pudiéramos ser “justificados gratuitamente por la gracia de Dios, mediante la redención que es en Cristo”. Jesús” (Romanos 3:24).