En Irán, es una práctica estándar para las familias supervisar la ejecución de alguien que asesina a un miembro de su familia. También se les da la opción de perdonar al ofensor. El 15 de abril de 2014, Samereh Alinejad vio como una soga se deslizaba alrededor del cuello de Bilal Gheisari, el asesino de su hijo. Esta era su oportunidad de tener la venganza que había esperado durante siete años. Sin embargo, ella y su esposo dieron un paso adelante en el último minuto y le quitaron la soga del cuello. Fue un acto de misericordia y perdón.1
Nuestra familia tenía una vez una pegatina que decía: “Jesús pagó una deuda que no debía, porque debíamos una deuda que no podíamos pagar.” Eso describe muy bien la situación desesperada de todo ser humano desde Adán. Todos nacimos como pecadores, que cometemos pecados cada día de nuestras vidas. Debido a que Dios es santo, justo y misericordioso, Él no puede permitir el pecado en su presencia, ni puede permitir que el pecado quede impune. Esto significa que nuestra deuda por nuestros pecados nos hace encaminarnos hacia el castigo eterno en el Lago de Fuego. Pero Dios intervino. Dios el Padre, nos amó tanto que envió a su único Hijo, el Señor Jesucristo, para llevarse nuestro pecado y nuestro castigo en la cruz del Calvario. Hacer eso permitió al Señor Jesús ofrecer perdón y vida eterna a todos los que confiarán en Su pago por el pecado, aparte de cualquier otra cosa. Efesios 1:7 lo explica de esta manera: “En él tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia”. La palabra “redención” significa rescatarnos por completo o entregarnos y “perdón” significa libertad o liberación. La base de nuestro perdón y nuestro rescate es la sangre del Señor Jesucristo. Solo el alma de una víctima inocente puede expiar el pecado. Nuestro Salvador es el Cordero de Dios, quien sin mancha alguna fue asesinado por nuestros pecados. De hecho, todos somos declarados culpables y somos condenados con el lazo del juicio eterno en nuestros cuellos, pero Cristo dio su vida para concedernos el perdón. Tan completo es nuestro perdón que somos liberados del castigo eterno, somos aceptados por el Padre, tenemos acceso a su trono, recibimos nueva vida abundante y nos colmamos de “toda bendición espiritual” (Efesios 1:2-12).
Con un sentido de profunda gratitud, debemos alabar a Dios continuamente por el perdón completo que nos ha dado. ¿Por qué no comenzar ahora en oración y alabanzas?