Hace algún tiempo, notamos en la guarda de la Biblia de un joven, una lista de autógrafos de “grandes” predicadores. En la parte superior de la página, uno había sido rayado con un cortaplumas. Se despertó nuestra curiosidad, le preguntamos qué había pasado.
“Esa era la firma del pastor J. C. O’Hair”, respondió.
“¡Y lo tachaste!”
“Sí”, respondió, “¡estos otros hombres nunca firmarían con su nombre allí!”.
El corazón de este joven una vez se había emocionado con el evangelio de la gracia de Dios y la verdad del misterio, pero ante unos pocos “grandes” predicadores, se había avergonzado de aquel a quien Dios había usado para abrirle estas verdades.
¡La opinión popular! ¡Qué poderoso enemigo de la verdad!
¡No es de extrañar que algunos cristianos pusilánimes se avergüencen de los que proclaman con denuedo el misterio cuando nos damos cuenta de que existe el peligro de que incluso el joven piadoso Timoteo se avergüence de Pablo! Sin embargo, nosotros, que queremos ser fieles, recordemos que las palabras de Pablo a Timoteo son también la Palabra de Dios para nosotros:
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino sé partícipe de las aflicciones del evangelio según el poder de Dios” (II Timoteo 1:8).