Aléjate – I Corintios 5:11

by Pastor John Fredericksen

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Una pareja cristiana profesante vivía abiertamente en pecado, lo cual provocó que otra pareja cristiana les retirara su amistad. Cuando los invitaron a la casa de una tercera pareja cristiana, donde todos ellos estarían presentes, la pareja que se había distanciado explicó que no podían asistir y el motivo. Los anfitriones exclamaron airados: “¿Qué diferencia hay y a quién le importa realmente lo que hacen?”. Cuando el texto, en I Corintios 5, se explicó, fue descartado por irrelevante para esta era. En estos últimos días aparentes antes de que nuestro Salvador regrese para llevarnos a los cielos, los cristianos a menudo se han vuelto insensibles a las prácticas rampantes del pecado a su alrededor. Incluso en los círculos cristianos, los pecados del mundo se están volviendo comunes y aceptados. Pero, el pecado todavía está mal, y las instrucciones de Dios para distanciarnos de estas prácticas son tan relevantes como si Dios las hubiera enviado apenas esta semana.

No podemos, ni debemos, separarnos de todos los que pecan. De hecho, I Corintios 5:10 nos dice que no debemos negarnos a acompañar a las almas perdidas “pues en tal caso les sería necesario salir del mundo”. Además, estas almas perdidas necesitan nuestro ministerio para lograr el conocimiento salvador de Cristo. Sin embargo, el estándar de Dios para nosotros es diferente con los cristianos profesantes. En el versículo once, el Señor nos dice “no se asocien con ninguno que, llamándose hermano, sea inmoral sexual, avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador; con tal persona ni aun coman“. No hay excepciones, incluso para los miembros de la familia en este estándar. ¿Por qué? I Corintios 5: 6 explica que la “levadura” del pecado puede extenderse a nosotros y llevarnos a estas prácticas pecaminosas. II Tesalonicenses 3:14 da una segunda razón: Dios retira su compañía para llevarlos a la condición de sentirse “avergonzados” de sus pecados y dispuestos a cambiar. Por lo tanto, no debemos ser lo suficientemente ingenuos como para pensar que no podemos ser arrastrados al pecado, ni debemos negarnos a ser el instrumento de Dios para evocar la convicción divina y el cambio necesario en los demás.

¿El estilo de vida y la conducta de los cristianos profesantes hace alguna diferencia al decidir si comparten o no el tiempo y las comidas con ellos? De acuerdo a I Corintios 5:11, ¡debería! Ahora que lo sabemos, ¿tendremos el coraje para obedecer?