Lavamos las manos de los niños pequeños cuando los bajamos de una silla de comer. Les recordamos a los jóvenes que se levantan de la mesa que se laven las manos para que no manchen con comida los muebles. Pedimos con insistencia a los niños que se laven las manos después de usar el baño. Las señales en los baños de los restaurantes informan a los empleados que deben lavarse las manos. Las personas que trabajan en el sector de la salud están entrenadas para lavarse las manos vigorosamente. En todos estos ejemplos, se nos recuerda que las manos sucias son un problema.
Mientras estaba en Corinto, “…Pablo se dedicaba exclusivamente a la exposición de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo. Pero como ellos le contradecían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: “¡La sangre de ustedes sea sobre su cabeza! ¡Yo soy limpio! De aquí en adelante iré a los gentiles” (Hechos 18: 5-6). Esta declaración nos dice mucho más de que Pablo comenzó a tomar un determinado paso de ministrar a los judíos y hacia un enfoque sin precedentes para ministrar a los gentiles. Pablo también estaba diciendo que estaba libre de cualquier responsabilidad por la destrucción eterna de estos judíos porque les había dado el evangelio y lo rechazaron. Este concepto se relaciona con las palabras de Dios para Ezequiel. A este hijo de Dios se le dijo: “…te he puesto como centinela … Oirás, pues, las palabras de mi boca y les advertirás de mi parte. Si yo digo al impío: ‘¡Morirás irremisiblemente!’, y tú no le adviertes ni le hablas para advertir al impío … a fin de que viva, el impío morirá por su pecado; pero yo demandaré su sangre de tu mano” (Ezequiel 3: 17-18). Para fortalecer el punto, el mismo mensaje se repite en Ezequiel 33: 1-9. Hoy, podríamos usar la expresión simbólica: “Él tiene sangre en sus manos”. Pilato ilustró este concepto. Cuando no pudo convencer a los judíos para que liberaran al Salvador en lugar de crucificarlo, “… tomó agua y se lavó las manos … diciendo: Soy inocente de la sangre de este” (Mateo 27:24). Aunque Pilato no era realmente inocente, las manos de Pablo estaban limpias porque él había advertido a estos hombres perdidos dándoles el evangelio.
No es accidental que veamos el ejemplo constante de Pablo proclamando el evangelio a las almas perdidas. Sabía que, si no lo hacía, sus manos no estarían limpias con respecto a su eterna condena. También es el recordatorio de Dios de nuestra responsabilidad de compartir el evangelio. ¿Tus manos estarán limpias con respecto a las almas perdidas que conocerás hoy?