Es difícil, si no imposible, determinar, a partir de la epístola de Pablo a los Gálatas, exactamente qué pensaban los creyentes gálatas que el rito de la circuncisión lograría espiritualmente para ellos. Dudamos que se conocieran a sí mismos, pero los judaizantes habían entrado entre ellos y habían captado su atención de modo que estos, que habían sido salvados tan gloriosamente por gracia, ahora “deseaban estar bajo la ley” (Gálatas 4:21). No negaron la eficacia de la obra consumada de Cristo, pero estaban interesados –sólo interesados– en someterse a una ceremonia religiosa que en sí misma sería una negación de la total suficiencia de Su obra redentora (3:1; 5: 2-4). Resultado: la bendición ya se estaba desvaneciendo (5:14) y el Apóstol tuvo que advertirles: “Un poco de levadura leuda toda la masa” (5:9). No se puede admitir un poco de levadura y esperar que se detenga allí.
Para los corintios se trataba más bien de tolerar el error moral. Uno de sus miembros había estado viviendo en grave pecado. Pero claro, su número era grande, y él era solo uno, y la congregación en su conjunto abundaba en dones espirituales. Por lo tanto, sintiéndose bastante satisfechos consigo mismos, simplemente pasaron por alto esta deshonra al nombre de Cristo. Pero escuchemos la visión de Pablo –la de Dios– sobre el asunto:
“Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (1 Cor. 5:2).
“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?
“Limpiaos, pues, de la vieja levadura…” (Vers. 6,7).
En estos días en que tanto el error espiritual como el error moral se vuelven tan aceptables, cuando la incredulidad apóstata y la mundanalidad se presentan de manera tan apetitosa, hacemos bien en prestar atención a la advertencia del Espíritu de purgar rápidamente la “pequeña levadura” que amenaza con impregnar todo el mundo.