Sin inmutarse en el ministerio – Mateo 3:5

by Pastor John Fredericksen

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Jonathan Edwards (1703-1758) fue considerado por muchos como el predicador más poderoso y eficaz que se haya escuchado en el continente americano. Su sermón, “Pecadores En Manos De Un Dios Enojado”, llevó a muchos a confiar solo en Cristo para la vida eterna. Sin embargo, no le faltaron críticos. “Oliver Wendell Holmes describió sus sermones como ‘bárbaros’. Mark Twain lo llamó ‘un lunático borracho'”. Pero ya sea que lo elogiaran o criticaran, Edwards continuó predicando la Palabra de Dios sin inmutarse.

El ministerio de Juan el Bautista fue aceptado y rechazado. La gente de su época lo aceptaba bien como un hombre de Dios. Muchos en Jerusalén, Judea y Jordán fueron a él para ser bautizados (Mateo 3: 5). Herodes fue disuadido de matarlo porque “temió al pueblo, porque lo tenían por profeta” (Mateo 14: 5). Pero, los líderes religiosos de Israel, celosos de su popularidad, no aceptaron su ministerio. El Salvador expuso sus actitudes y dijo: “Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: ‘¡Demonio tiene!” (Mateo 11:18). Sin una acusación verdadera contra Juan el Bautista, fabricaron una campaña de difamación para oponerse a él. Herodes hizo decapitar a Juan el Bautista después de que Juan lo reprendió por tener a la esposa de su hermano. Sin embargo, tenía tanto temor de Juan, que creía que el siervo de Dios había “resucitado de los muertos” asociando “obras poderosas” con Juan (Mateo 14: 1-2).

Como a Juan el Bautista no le preocupaba si los simples hombres aceptaban o no su ministerio, tampoco deberíamos preocuparnos si los simples mortales aceptan o no nuestro ministerio. Al igual que el apóstol Pablo, debemos esforzarnos por decir: “Para mí es poca cosa el ser juzgado por ustedes o por cualquier tribunal humano; pues ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor” (I Corintios 4: 3-4). Si nos permitimos preocuparnos por las opiniones de los demás con respecto a nuestro ministerio para el Señor, su negatividad bien puede intimidarnos para que guardemos silencio. Por el bien de las almas perdidas que necesitan oírnos compartir el evangelio, por la causa de Cristo, y porque la necesidad es grande, debemos continuar con valentía sin inmutarnos en el ministerio, sin importar si otros aceptan o aprueban que compartamos la verdad de la Palabra de Dios. Hoy, solo busca “ser hallado fiel” al Señor (I Corintios 4: 2) al compartir el evangelio con un alma perdida y la verdad de la Palabra de Dios con otro creyente.