Cuando fui a la reunión de mi preparatoria número 30, le pedí a seis personas que hicieran la misma pregunta básica: “¿Qué sucedió en tu último año para hacerte muy diferente a lo que eras antes?” Para ser absolutamente claro, me doy cuenta que aún lucho con la rutina cada día. No soy tan consistente como quiero ser y me faltan muchos kilómetros para llegar a ser el hombre que Dios quiere que sea. Pero por la gloria de Dios, cuando fui salvo en el último año de la escuela secundaria, Cristo cambió radicalmente mi vida y me dio el deseo de vivir para Él.
Cuando el apóstol Pablo describió cómo un creyente debería vivir después de la salvación, dijo: “… así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6: 4). No tenemos que preguntarnos a qué se refiere con esta afirmación, porque él nos lo dice en el resto del capítulo. La novedad de la vida significa que “… no sirvamos más al pecado” (6:6). Cada alma perdida está inherentemente bajo la esclavitud del pecado. A menudo servimos al pecado al practicar cosas que sabemos que son incorrectas y necias, porque de otra manera no tenemos el poder interior de vivir. La vida nueva significa un propósito para vivir “para Dios” (6:10). Eso no significa vivir en perfección sin pecado, significa honestamente proponerse vivir para Cristo y buscar elevarse por encima de las constantes prácticas pecaminosas. La novedad de la vida significa que uno debe “… considerarse muertos al pecado…” (6:11). Conscientemente, debemos considerarnos muertos a la vida con las viejas formas de pecado y muertos al poder controlador del pecado. La vida nueva significa considerarnos “vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. (6:11). Debemos vernos a nosotros mismos como una nueva creación en Cristo con vida, receptividad y deseo de vivir para Cristo en lugar de ser iguales. La vida nueva significa buscar no “… presentar vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad; sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos [espiritualmente]” (6:13). Los creyentes deben darse cuenta de que todos somos siervos del pecado o del Señor (6:16-18). Los creyentes transforman el propósito de la vida al ceder sus cuerpos a Cristo y a la obra del Espíritu Santo desde el interior mientras Él nos guía a vivir en la piedad.
¿Estás viviendo la vida nueva? Si los que te rodean no pueden ver una vida transformada, conviértelo en un tema diario de oración.