El 25 de septiembre de 2016, el golfista Arnold Palmer falleció. La reacción brotó de aquellos que lo conocieron personalmente, y de aquellos que lo admiraban desde la distancia. En general se acepta que Palmer hizo más para popularizar el deporte del golf que cualquier otra persona en la historia. Alguien dijo: “Es la figura que define el golf”. Su identidad estaba tan entrelazada con el golf que apenas se podía pensar en el juego sin pensar también en Arnold Palmer.
En un plano mucho más elevado y noble, todos los que han confiado en la obra terminada de Cristo solo para la vida eterna se han unido indeleblemente al Salvador. El apóstol Pablo lo describió de esta manera: “Porque somos miembros de su cuerpo” (Efesios 5:30). Convertirse espiritualmente en parte de Su cuerpo nos habla de varias cosas. Está asociado con el perdón de nuestros pecados. Cuando Dios el Padre nos ve ahora, incluso en nuestras imperfecciones actuales, solo ve a su Hijo y nuestro caminar junto a Cristo. II Corintios 5:21 lo explica de esta manera: “… fuéramos hechos justicia de Dios en él”. Nuestra unión espiritual con la carne y los huesos de Cristo está asociada con nuestra seguridad eterna. Ninguno de nosotros puede imaginarse si quiera perder un ojo, una pierna, un brazo, los dedos o una oreja. Podríamos decir: “Estoy apegado a esas cosas y planeo guardarlas”. De manera similar, nuestra conexión con el Señor Jesucristo es tan puramente cercana e íntima que Él no nos apartará de Su cuerpo. Él está apegado a nosotros y nosotros a Él en una unidad eterna. Gracias a Dios nada puede separarnos de él. No importa lo que digamos, hagamos, pensemos o incluso si descuidamos a Cristo, todavía somos parte de él. Ser miembros de Su carne y huesos implica una identificación cercana. Es como un niño siendo adoptado en una familia. A ese niño se le da un hogar, amor, provisiones diarias, seguridad y un nombre que lo identifica completamente con los que le dieron tanto. Los cristianos hemos recibido todas estas cosas en el reino espiritual porque estamos estrechamente identificados con Cristo. No hay una relación más cercana, más pura o más valiosa que la conexión que los cristianos tienen con su Salvador.
Más allá de regocijarse en esta verdad, hay una aplicación práctica que debes recordar. Donde sea que vayamos, y hagamos lo que hagamos, Cristo está con nosotros siempre. Por lo tanto, debemos tener como objetivo abstenernos de los comportamientos pecaminosos y debemos andar de forma digna para Él.