Hace años, mientras predicaba la Palabra en una conferencia bíblica, noté que una joven en una de las bancas delanteras no escuchaba ni una palabra de lo que yo decía.
Sin embargo, pude entender, porque evidentemente acababa de comprometerse para casarse. Sus ojos estaban enfocados en el anillo en el tercer dedo de su mano izquierda, y su corazón y mente, evidentemente, en el joven que lo había colocado allí.
Con una mirada complacida en su rostro y ladeando la cabeza de un lado a otro, miró ese diamante desde todos los ángulos. No importa cómo lo mirara, brillaba, completamente aparte de la calidad de la piedra. Brillaba porque le hablaba de él y de su amor por ella, y era el símbolo de su compromiso con él.
Durante algún tiempo después de haber concluido mi mensaje, mi mente volvió a esa escena. El anillo que tanto había ocupado la atención de esta joven me hizo pensar en la Biblia, el mismo Libro que habíamos estado estudiando esa noche. Examina ese bendito Libro muy cuidadosamente; ¡Míralo desde cualquier ángulo y brilla! Me hizo pensar también en el gran Sujeto de ese Libro, el Señor Jesucristo, con quien los creyentes hemos sido “desposados… como una virgen pura” (II Cor. 11:2). A diferencia de cualquier amigo terrenal, Él brilla sin importar cómo se lo mire. Examine Sus palabras, Sus obras, Sus atributos personales, desde cualquier ángulo y con mucho cuidado, y no importa cómo lo mire, ¡Él brilla!