La hora más importante de toda la historia fue la hora en que el Señor Jesucristo murió en la cruz del Calvario por los pecados de la humanidad. A menudo, en las Escrituras, la hora de la muerte de nuestro Señor se llama simplemente “la hora”, “Mi hora” o “Su hora”.
Para cumplir la profecía no podía haber muerto una hora antes, ni una hora después: Hasta que llegó esa hora, sus enemigos de alguna manera fueron refrenados de hacerle daño corporal, por lo que leemos en Juan 7:30:
“Entonces procuraban prenderle, pero nadie le echó mano, porque AÚN NO HABÍA VENIDO SU HORA” (Véase también Juan 8:20).
Esta hora iba a ser para Él un tiempo de indecible agonía y vergüenza. Refiriéndose a esto, dijo a Andrés y Felipe:
“Ahora está turbada mi alma; y que voy a decir? Padre sálvame de esta hora? Mas POR ESTA CAUSA VENGO A ESTA HORA” (Juan 12:27).
Había venido a morir por los pecados del mundo y ahora no se apartaría de los sufrimientos involucrados. Pero esta hora de sufrimiento y vergüenza fue también una hora de gloria, porque allí el Hijo de Dios pagó una deuda que habría hundido al mundo en el infierno. Por eso, en este mismo tiempo, a la misma sombra de la cruz, dijo:
“HA LLEGADO LA HORA EN QUE EL HIJO DEL HOMBRE DEBE SER GLORIFICADO. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:23,24. Véase también Juan 17:1,2).
No es de extrañar que leamos en Juan 3:35,36:
“El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en Su mano. EL QUE CREE EN EL HIJO TIENE VIDA ETERNA; Y EL QUE NO CREE AL HIJO NO VERÁ LA VIDA, SINO QUE LA IRA DE DIOS ESTARÁ SOBRE ÉL.”