“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
A la luz de las epístolas paulinas, estas conocidas palabras se han vuelto más apropiadas que cuando nuestro Señor las pronunció por primera vez. A través de Pablo, la obra redentora de Cristo en el Calvario ha sido proclamada y completamente explicada. A la luz de esto, entonces, sugerimos que nuestros lectores se tomen el tiempo para meditar realmente en este pasaje sobre el mayor regalo de Dios para el hombre.
¡Piensa en el amor que lo impulsó! “Dios amó tanto…” Éramos “hijos de desobediencia” y “por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2,3). Merecíamos el juicio, “pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,” dio lo mejor de sí, todo de sí, para salvarnos (Efesios 2:4).
¡Piensa en su valor incalculable! “Su Hijo unigénito, vida eterna”. Cristo, el Santo, tuvo que ser entregado a la vergüenza y la muerte para que nuestros pecados pudieran ser tratados con justicia, y para que pudiéramos llegar a ser los herederos legítimos de la vida eterna (Romanos 3:25, 26).
¡Piense en su necesidad de este regalo! “…para que todo aquel que en Él cree, no se pierda…” ¡Qué peligroso no aceptar “el don de Dios, la vida eterna, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 6:23)! ¡Qué locura despreciar o ignorar un regalo que tanto necesitamos!
Finalmente, ¡piensa en lo amable que es la oferta! “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” ¡Todo aquel que cree! Cualquier pecador puede tener este don simplemente creyendo, aceptando con fe sencilla lo que Dios dice acerca de que Cristo pagó por nuestros pecados en el Calvario. De hecho, esta es la única forma en que podemos convertirnos en destinatarios de este maravilloso regalo, para Rom. 4:5 declara:
“Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe [creer] le es contada por justicia.”