La reconciliación postula la alienación. Solo los enemigos pueden reconciliarse. Así, el mensaje de reconciliación de Dios nos retrotrae a Adán, el padre de la raza humana, quien primero se rebeló contra Dios, y explica por qué Dios debe tratarnos a todos en el mismo nivel, como pecadores que necesitan salvación.
En Romanos 5:12, leemos: “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Sin embargo, gracias a Dios, el mensaje de la reconciliación no se refiere exclusivamente al “un hombre” por quien el pecado entró en el mundo. De hecho, se refiere principalmente al “único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre” (ITim.2:5).
“Así que, como por la transgresión de uno, vino el juicio sobre todos los hombres para condenación; así también por la justicia de uno vino a todos los hombres la dádiva [de la salvación] para justificación de vida.
“Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:18,19).
Es por este otro “Hombre” y Su muerte en el Calvario, entonces, que los pecadores pueden ser reconciliados con un Dios santo. En Colosenses 1:21,22, Pablo, el Apóstol de la reconciliación, escribe a los creyentes:
“Y a vosotros, que en otro tiempo erais enemigos y enemigos en vuestro corazón por las malas obras, ahora os ha reconciliado,
“En el cuerpo de Su carne, por medio de la muerte, para presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él”.
Así, “cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom. 5:10). Y así, también, el Apóstol ruega: “Os rogamos en lugar de Cristo, reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros [Cristo]; para que fuésemos hechos justicia de Dios en él” (II Corintios 5:20,21).