“Tenemos… el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
El clímax del primer sermón registrado de Pablo se alcanza en los versículos 38 y 39 de Hechos 13, donde declara:
“Sea pues notorio a vosotros, hombres y hermanos, que por medio de este Hombre se os anuncia el perdón de los pecados:
“Y por él todos los que creen son justificados de todas las cosas, de las cuales vosotros no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés”.
Así Dios, por medio de Cristo, perdona y justifica a los que creen. Tampoco es esto todo lo que se cumplió para nosotros con la muerte de Cristo en el Calvario. También está la reconciliación, el bautismo por el Espíritu en Cristo y Su Cuerpo, una posición a la diestra de Dios en los lugares celestiales y todas las bendiciones espirituales allí.
Sin embargo, “el perdón de los pecados” debe ser lo primero, y el pasaje anterior nos asegura que en Cristo tenemos esto, no apenas, sino “conforme a las riquezas de su gracia”. De hecho, el siguiente versículo continúa: “en lo cual Él abundó para con nosotros…”
Así Ef. 2:2-7 declara que aunque una vez fuimos “hijos de desobediencia”, y por lo tanto “por naturaleza hijos de ira”, “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó” nos ha dado vida y nos resucitó de entre los muertos, exaltándonos a “lugares celestiales en Cristo…” ¿Su propósito en todo esto? “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (versículo 7).
Cuando Dios nos perdona, ya no nos ve en nosotros mismos, sino en Cristo, que tomó nuestro lugar, muriendo por nuestros pecados en la cruz del Calvario. Allí colgó en nuestro lugar para que ahora podamos estar – “completos en Él” {Col. 2:10).