En Rom. 8:26 leemos lo que nuestro corazón a menudo debe confesar que es verdad:
“…pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos …”
Pero el Apóstol se apresura a explicar que el Espíritu intercede por nosotros según la voluntad de Dios, añadiendo:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Los creyentes pueden no recibir lo que piden en la oscuridad de esta era, pero
“Dios es poderoso para hacer que abunde en vosotros toda gracia; para que, teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abundéis para toda buena obra” (II Corintios 9:8).
Puede que no recibamos todo lo que pidamos, pero por su gracia podemos tener tanto más que esto, que el Apóstol, al contemplarlo, prorrumpe en una doxología:
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,
“A Él sea gloria en la Iglesia por Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:20,21).
A la luz de todo esto, la máxima expresión de fe hoy se encuentra en las palabras de Pablo en Fil. 4:6,7:
“Por nada estéis atentos [ansiosos], sino en todo, con oración y ruego, con acción de gracias, sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios, y…”.
“¿Y qué?
“Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”?
¡¡NO!!
“…y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará [guarnición] vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”