Hace algún tiempo, al visitar a un joven pastor y su familia, observé un ejemplo conmovedor de la verdadera mayordomía cristiana.
Era casi la hora de ir a la iglesia, cuando la esposa del pastor tomó una pequeña caja que contenía algunas monedas y se la entregó a su pequeño. Las monedas representaban las ganancias que el niño recibía por trabajos realizados, buen comportamiento, etc.
Con seriedad, el niño contempló el contenido de la caja y sacó dos monedas de diez centavos, una parte sustancial del total. Luego, mirándome, dijo con seriedad: “Esto es para Jesús”.
Varias lecciones bíblicas sobre el dar cristiano nos vinieron a la mente mientras observábamos este simple incidente.
A este muchachito ya se le había enseñado la responsabilidad de participar sistemáticamente en apoyar la obra del Señor (ICor.16:2). Dio “como se propuso en su corazón”; nadie sugirió cuánto debía dar (II Cor.9:7). Después de pensarlo cuidadosamente, dio en sacrificio (II Cor.8:7,9). Él “probó la sinceridad de su amor” (IICor.8:8), pues con un cariño sincero e infantil dijo: “Esto es para Jesús”.
Sobre todo, quizás, su regalo fue una demostración viva de la exhortación de Pablo en Romanos 12:8: “El que da, que lo haga con sencillez”. No hubo fanfarria, ni jactancia, ni evidencia de ningún sentimiento de que estaba haciendo mucho por el Señor; sólo una actitud de simple y humilde satisfacción de poder unirse a otros para apoyar la obra de Cristo.
¡Cuánto podemos aprender de los niños, que hemos sido endurecidos con demasiada frecuencia por los años!