Cómo ayuda el Espíritu

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“El Espíritu… nos ayuda en nuestras debilidades” (Rom. 8.26).

Una cadena no es más fuerte que su eslabón más débil. Si un eslabón de una cadena aguanta cien libras, otro cincuenta y otros diez, la cadena como un todo aguantará diez libras, no más. Por eso Santiago 2:10 dice:

“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, es culpable de todos.”

Mucha gente supone que seremos salvos o perdidos según lo bueno o malo que hayamos sido. Esto no es así. No se trata de cuán buenos o malos hemos sido, sino de si hemos pecado o no. Un hombre necesita cometer solo un robo para ser un ladrón, quemar solo una casa para ser un pirómano, matar solo un ser humano para ser un asesino, y cometer solo un pecado para ser un pecador. Por eso la Palabra de Dios dice que todos somos pecadores.

¡Qué maravilloso saber que en gracia “Cristo murió por nuestros pecados” y que por la simple fe en Él podemos ser salvos y plenamente justificados ante Dios! (Romanos 5:6, 8, 10).

Pero los cristianos nacidos de nuevo encuentran que el principio anterior es tan cierto para ellos como para los incrédulos. Ninguno de nosotros es más fuerte que su punto más débil. Aterrador, ¿verdad?, especialmente cuando consideramos que Satanás nos ataca constantemente en nuestro punto más débil para arruinar nuestro testimonio si puede.

Pero aquí es donde el creyente puede regocijarse porque “el Espíritu… nos ayuda en nuestras debilidades” (Romanos 8:26). Él habita en nosotros para ayudarnos en tiempos de necesidad, para que no fracasemos (Rom. 8:11,12). Esto no significa, sin embargo, que Él toma el control de nosotros sin ser llamado, como lo hizo “cuando el día de Pentecostés se cumplió”. A diferencia de los creyentes pentecostales, vivimos bajo “la dispensación de la gracia de Dios”.

Lo que Dios provee por gracia debemos apropiarnos por fe. Así, en cualquier caso dado, podemos tener la victoria. De hecho, es acerca del hermano débil en Cristo que Pablo declara por inspiración:

“Poderoso es Dios para hacerle estar en pie” (Rom. 14:4).


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